Con seguridad una de las acciones más significativas del gobierno del presidente Correa es su inversión en carreteras. Ello está a ojos vista. De hecho el Gobierno central destina alrededor de mil millones de dólares a inversión en este rubro (aun cuando resulta realmente difícil establecer el monto con claridad, por la opacidad de la información pública). Esta inversión está llamada a jugar un papel crítico en el desarrollo del país. El Presidente señaló no hace mucho que la inversión pública, especialmente en carreteras, puertos y aeropuertos, es el mayor impulso que su gobierno da a la producción.

Cabe preguntarse entonces, ¿bajo qué condiciones puede ellas jugar tal papel? Más allá de ser un buen facilitador de transporte y reducir los tiempos de conexión entre diversos lugares del país, las carreteras ayudan a valorizar los recursos que un territorio tiene, especialmente si este no estaba previamente conectado. Uno puede asociar el gran eje vial que unió Santo Domingo de los Tsáchilas, Quevedo y Esmeraldas, como el factor más importante del desarrollo económico y productivo de esa zona. Carreteras pueden también aumentar la rentabilidad de las producciones de una zona, al reducir los costos de transporte entre ella y su mercado de destino. Juega un papel importante en vincular a la población con mercados laborales alternativos, lo que ha sido un factor que ha contribuido a la reducción de la pobreza y a la incorporación de la mujer al mundo del trabajo. Por el contrario ayuda, si no hay impulso concomitante de la actividad productiva, a inducir emigración de la población.

El desarrollo de la actividad productiva posibilita valorizar los recursos de aquellos segmentos productivos mejor posicionados en términos de cercanía a los caminos y con mayor capacidad económica, sin incorporar a los pequeños y medianos productores y a las Pymes, ni a los pobres; puede ser solo un vehículo de salida de productos y de entrada de insumos desde fuera de un territorio específico. En este último sentido, las carreteras pueden fomentar la producción, pero no generar desarrollo en un territorio específico. Cabe preguntarse entonces, ¿bajo qué condiciones pueden hacerlo?

Al menos cuatro condiciones parecen ser necesarias para ello. En primer lugar, la necesidad de una canasta de infraestructuras, las carreteras por sí solas no tienen un papel importante, si simultáneamente no viene electricidad, telefonía y crecientemente internet. En segundo lugar, es necesario que la carretera que une un territorio determinado con un mercado nacional o un puerto y aeropuerto, se vincule con una red de carreteras que una las diversas parroquias y recintos que lo componen. Esto permite generar oportunidades para actividades económicas complementarias y un sistema de proveedores, y una mejora en el mercado laboral local. Tercero, es necesaria una buena complementación entre las actividades del Gobierno central, en este caso del Ministerio de Transporte, con el gobierno provincial y los municipios, en la medida que estos últimos conocen mejor las potencialidades de sus circunscripciones, pueden interactuar con la población y oír sus sugerencias. A esto se une un cuarto factor contribuyente, si la construcción de carreteras incentiva pequeñas y medianas empresas locales para su mantenimiento. Esto ayuda a desarrollar la actividad económica en el territorio.

Como bien se discutió en un taller reciente de Rimisp, la existencia de carreteras en el sentido señalado arriba, pueden ser factores críticos del desarrollo territorial. Un caso de referencia discutido fue Tungurahua, siempre una fuente importante de enseñanzas.