El tren Alaris, que a las 23:23 del miércoles atropelló a un grupo de personas, no solo dejó muerte y dolor. Tras el drama también quedó un reguero de “traumatizados”, que vieron cómo los cuerpos se elevaban tras el impacto, que sintieron con horror el inmenso y breve silencio tras la colisión, y después, los gritos y llantos de desesperación de gente que se lanzaba al andén en busca de sus amigos cercenados tras la tragedia. Además hay indignación y coraje, porque las autoridades catalanas no han aceptado ningún fallo en la seguridad de la estación.

La quiteña Carolina Simbaña es una de las más golpeadas, pues fue a la estación de Castelldefels a encontrarse con sus primos Javier y Diego Chamarro. Cuando se plantó ahí, lo único que halló fue a Javier corriendo por las vías, en estado de desesperación, buscando a Diego, cuyo fallecimiento se confirmó el viernes. También vio a su amiga, la boliviana María Isabel Alquiza, tirada en la vía, gravemente herida. Lo que nunca vio, insiste, fue el paso subterráneo.

La guayaquileña Irina Castro, por su parte, tendrá que someterse a un tratamiento psicológico que durará siete meses, según refirió Raúl Castro. “El viernes la llevamos al hospital, porque desde esa noche no come ni habla. Es que lo que vimos fue dantesco”, comentó.

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El tren de cercanías, de dos pisos, estaba completamente lleno. Cuando se apeó en la estación Castelldefels Platja, bajaron casi todos los pasajeros. Se apretujaban unos a otros en el andén, y la multitud, en procesión, se encaminó hasta la pasarela (paso elevado). Como estaba cerrada, la gente retrocedió. La única luz que se advertía era la del andén contrario, donde paran los trenes con destino a Barcelona.

“Yo no vi ningún pasó subterráneo, así que junto a mis hijos bajé a las vías. Por suerte mi mujer tardó en hacerlo, porque ella fue quien nos alertó que venía el Alaris. Alcanzamos a retroceder un metro, y un segundo después el tren pasó a gran velocidad. Oímos un golpe y tras un breve silencio vimos los primeros cadáveres”.

Richar Olivo también explicó que su hija de 16 años se encuentra afectada psicológicamente, pues en el suceso perdió a su tía Rosa Vivar. “Yo no quiero responsabilizar a nadie. Pero mi niña me dijo que en esa estación no había luz. Que muchos chicos encendían la luz de los celulares para no tropezarse. Así, ¿cómo podían saber que existía un paso subterráneo?”.