Se supone, de acuerdo con los hermanos Grimm, que una bala plateada puede por sí sola matar a una bruja. Esta leyenda, que tiene varias versiones en la Europa de los siglos XVIII y XIX, es una buena metáfora a la idea de que existen tecnologías, intervenciones o acciones que pueden por sí solas solucionar problemas complejos, incluyendo temas de desarrollo y reducción de pobreza. Balas plateadas son sinónimo de recetas mágicas. Entre otras, se listan las semillas mejoradas, vacunas o el DDT. Tienen en común que se consideran que son soluciones técnicas, genéricas, que pueden ser masificadas. Sin embargo, como muchos estudios lo han comprobado, su éxito depende de factores políticos, institucionales, sociales y culturales que afectan el contexto en que se aplican. No benefician a todos por igual y en muchos casos generan nuevos problemas. El caso más paradigmático fue DDT, recomendado en su momento por organizaciones internacionales como solución incontrastable a la malaria, que luego resultó ser cancerígeno y fatal para el ambiente y terminó siendo prohibido.

Recientemente han aparecido nuevas balas plateadas. Quiero mencionar dos: los bonos de desarrollo humano, estas transferencias de ingresos que hacen los gobiernos a grupos definidos como pobres a partir de alguna variable cuantitativa, ingresos por ejemplo. Son muy populares en los gobiernos de América Latina, independientemente de la ideología de sus gobernantes. Los utilizan por igual, el gobierno del PAN en México, el de Brasil de Lula y nuestro gobierno. De hecho, han sido efectivos para reducir pobreza, a pesar de que los pobres apenas sobrepasan las líneas de pobreza y de que una crisis fiscal les puede devolver a su situación anterior.

Otra bala mágica reciente son las microfinanzas. Esta verdadera revolución entre los sectores de bajos ingresos, fundamentalmente, les provee de servicios financieros, con la idea de que esto mejore la capacidad emprendedora de los grupos pobres y un impacto en los territorios donde se localizan. Hay múltiples instituciones que participan: cooperativas de ahorro y crédito, cajas comunales, fundaciones y ONG, secciones especiales de los bancos privados y al menos en el país, el Gobierno. La idea del Gobierno es que los bancos públicos funcionen como instituciones de segundo piso, respecto de estas organizaciones, que se piensa están más cercanas a los pobres, pueden manejar tecnologías no tradicionales, como créditos solidarios y tienen mejores índices de recuperación.

¿Pero estas nuevas intervenciones promueven el desarrollo, es decir, una situación sostenible y duradera en que los hogares pobres no solo mejoran ingresos, sino su capacidad de expandir en forma efectiva sus libertades y sus derechos? Pues depende. Un estudio muy interesante de Abhijit Banerjee y Esther Duflo, economistas connotados de una escuela denominada economía experimental, han estudiado el tema de las microfinanzas y encuentran sobre la base de investigaciones a fondo de este fenómeno, que solo aquellos sectores con suficientes recursos, educación y conexiones aprovechan los préstamos para realizar emprendimientos durables; mientras que para los más pobres, los pequeños préstamos se vuelven parte de su estrategia de supervivencia y nada más. Solo un buen empleo con ingresos seguros les permitiría salir de la pobreza.

Esto me lleva a una conclusión que me parece fundamental: solo si hay un contexto adecuado que genera crecimiento económico y buenas políticas sociales, estas balas mágicas pueden promover desarrollo. Ellas por sí solas reproducen más o menos las mismas condiciones iniciales de la población y del territorio donde se localizan.