Dentro de la selva ecuatoriana, en las copas de los ceibos, a más de 30 metros de altura está la cunsi pindo, la señora que come monos, en lengua cofán.

La última semana de marzo, Ruth Muñiz López, directora del Programa de Conservación del Águila Harpía en Ecuador (Pcahe), desarrollado por la Sociedad para la Investigación y Monitoreo de la Biodiversidad Ecuatoriana (Simbioe), recibió la buena noticia de que en Sucumbíos, en la zona de influencia de la Reserva de Producción Faunística de Cuyabeno, habían encontrado un nuevo nido de águila harpía.

El descubrimiento no solo alegra a la bióloga que ha dedicado más de quince años al estudio de esta especie en diversos países y al equipo de investigación del Pcahe, sino también a las diez comunidades que forman parte del mismo (cofán de Zábalo, cofán de Dureno, quichua de Playas de Cuyabeno, quichua de Zancudococha, siona de Puerto Bolívar, siona de Tarapuya, siona de Soto Siaya, shuar de Charapa, secoya de San Pablo de Katetsiayá y secoya de Secoya Remolino), y que han colaborado en la ubicación de los quince nidos encontrados hasta ahora, localizados en Pastaza, en la Reserva de Producción Faunística Cuyabeno y en el área de influencia y cuencas de los ríos Aguarico y Cuyabeno.

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Para los chamanes, el águila harpía es el espíritu del aire, así como el jaguar es el espíritu de la tierra y la anaconda o el caimán, el del agua. La rapaz más grande de América consta como el ave representativa de la biodiversidad biológica del Ecuador, según el Acuerdo Ministerial 088 del Ministerio del Ambiente, publicado en el Registro Oficial 635 el 7 de agosto del 2002.

El águila harpía habita desde el sur de México hasta el norte de Argentina.

En Ecuador, antes del 2000 se registraban aisladas investigaciones sobre esta especie en su estado silvestre, pero a partir de entonces, la bióloga española emprendió un plan piloto en Pastaza, primero financiado por la Agencia Española para la Conservación Internacional y la Fundación Indio-Hilfe, y después por Simbioe, donde a través de la observación diaria de los individuos, ha logrado conocer sobre su dieta y formas de vida.

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Tener de cerca a un polluelo de esta especie se dio por casualidad. Un miembro de la comunidad Secoya (Sucumbíos) tenía un polluelo en cautiverio. Pudieron reinsertarlo al nido, y al ver a su madre no quedó duda, era la cunsi pindo. Sus garras de siete centímetros, las más largas y fuertes del mundo, capaces de levantar hasta 9 kilos; sus ojos frontales y sus más de 100 centímetros de altura, reafirmaron su presencia en la zona. Al observar a esta y a otros individuos por varios meses o incluso años, descubrieron que no solo es la señora que come monos, también come osos perezosos, armadillos y otros mamíferos más pequeños.

Su morfología la convierte en una superdepredadora, es decir, que en su hábitat natural nadie la caza; incluso las plumas de su cabeza, que pueden parecer un simple copete, funcionan como antena parabólica para escuchar a su posible presa; con sus ojos define la trayectoria de su vuelo y sus alas, que extendidas pueden llegar a medir dos metros, la desplazan entre los bejucos de la selva, directo a su alimento.

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El número aproximado de los individuos que habitan en el país no se conoce, la bióloga Ruth Muñiz López dice que el espacio estudiado hasta ahora es muy pequeño (603.380 hectáreas –La Reserva de Producción Faunística de Cuyabeno– y las cuencas de los ríos Conambo, Pindoyucu, Pastaza, Aguarico y Cuyabeno) para arrojar ese dato. Lo que sí menciona son las dificultades que enfrenta el águila para mantenerse en la cima de la cadena alimenticia.

Es una especie de reproducción baja, pone máximo dos huevos cada tres años, y de estos, solo uno sobrevive. Al nacer, el polluelo debe estar en el nido de sus padres hasta los dos años y medio, aproximadamente. El águila harpía, más que sobrevolar la selva, la vive desde su interior, se desplaza entre las ramas del bosque, y el pollo debe aprender bien las técnicas de caza si quiere alimentarse.

Cuando el águila pasa a ser adolescente es obligado a abandonar el nido, y de acuerdo con lo que se conoce hasta entonces, este debe ir en busca de un espacio que no esté dominado por otra ave de su especie, de lo contrario será atacado.

Además de sus dificultades para alcanzar la edad adulta y reproducirse, se enfrenta a la deforestación de su hábitat, bosques tropicales y subtropicales generalmente por debajo de los 900 metros sobre el nivel del mar. Según la organización Acción Ecológica, en Ecuador se pierden de 140 mil a 300 mil hectáreas de bosques por año; y según las observaciones, en la Reserva de Producción Faunística Cuyabeno cada pareja domina 5.000 hectáreas.

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Su alimento también escasea por el consumo humano de monos que se da en la zona y el tráfico de especies. Además, la fragmentación de los bosques, por la industria maderera y petrolera reduce el espacio necesario para esta ancestral especie emblema del Ecuador.

En la costa
Entre los vestigios de la cultura Valdivia, que se asentó en lo que ahora se conoce como Manabí y Santa Elena, se encontraron tallados de cerámica con el rostro del águila harpía, prueba de que esta especie también habitó las costas del país. Se asegura que ya se extinguió por completo, pero es posible observarla en cautiverio. En el Parque Histórico Guayaquil, vía a Samborondón, están ocho individuos. Se crían cuyes y conejos para alimentarlos y se informa sobre la importancia del ave a los visitantes. Cuatro polluelos han nacido en cautiverio, pero solo dos sobreviven y forman parte del atractivo.