A mí lo que me encanta de la revolución ciudadana es que, como en toda gran revolución, todo está súper revolvido.

¡Qué cantidad de ministerios que hay! Y no solo eso, sino que hay unos ministros que son de unos ministerios pero que tienen injerencia en otros y también hay unos ministros que son puertas adentro y otros puertas afuera. O sea internos y externos. Y de ahí vienen las subsecretarías, que son mucho más que los ministerios. O sea que el aparato estatal –¡qué lindo quiablamos los politólogos– es un laberinto con una cantidad de burocracia que sigue leudando conforme se van creando nuevos ministerios y nuevas subsecretarías. Y como todos andan en auto, con eso se aumenta el parque automotor porque los ministros y los subsecretarios se mueven en unos 4x4 con sirena y escolta y pasan por las calles hechos un flus porque por algo son ministros y subsecretarios de una revolución ciudadana que está en marcha y, por eso mismo, no se detiene ni en los semáforos que son herencia de la partidocracia que, malísima, pretendía que la revolución ciudadana parara aunque sea un ratito en la esquina.

El enorme aparato ministerial anda a toda máquina y encima sin control, porque el Congreso ni tal que se ha ofrecido para fiscalizar. Y peor para legislar. Bueno, mejor también porque cada ley que quieren sacar es más confusa que la propia Constitución revolucionaria, que nadie entiende.

¿No ven lo que pasa con la justicia indígena? La Constitución dice que está garantizada y por eso cada rato vemos cómo una comunidad les saca la perimbucha a los acusados de un delito, les flagelan, les ortigan, les echan agua helada en pleno páramo, les hacen cargar costales con piedras, en una lenta, tortuosa, inhumana, feroz agonía. ¡Viva la Constitución! Pero los revolucionarios de la revolución por fin se asustaron de tanta bestialidad, que sitúa al país en la barbarie, y ahora, pálidos, quieren prohibir que se haga lo que la Constitución permite. ¡Viva la revolución!

De ahí, el Congreso en el limbo. Bueno, cierto es que a veces desciende a los quintos infiernos y pone a funcionar las más esclarecidas prácticas de la partidocracia, hace amarres, componendas, pactos, pero después viene el Corcho y, salomónicamente, dice que, según la Constitución, hay que hacer consultas prelegislativas, aunque esta no tendrán carácter vinculante. ¡Qué maravilla! Ahora, antes de cada ley hay que consultar a los involucrados que se expresan, chillan, patalean, gritan, aunque después esos gritos no sirvan para nada porque no son vinculantes hasta que, tal como pasó con la Constitución, asome el Alexis Mera y le dicte al Corcho artículo por artículo lo que las nuevas leyes deben decir. Y ya. Eso creo que en términos de la revolución ciudadana se llama socialización. ¿Entendieron? Yo tampoco.

Lo único que queda claro es que la revolución es un galimatías, un enredo indescifrable, un enigma. ¡Pero qué linda que asoma en las cadenas nacionales! ¡Qué fresca! ¡Qué lozana! Y a cada rato. Porque, aunque ustedes no quieran aceptarlo, está en marcha. Hacia dónde, eso sí nadie sabe porque cuando va a la izquierda gira a la derecha, da la vuelta en U y ¡pega unos retros!

Pero que está en marcha, está en marcha.