Nuestra Constitución manda que el país tenga planificación. La novedad es que la meta no es el Desarrollo, sino el Buen Vivir.

Hay dos lecturas. La primera, a la que se adhieren los más ardientes verdes y algunos tecnócratas en la Senplades, es que el país se obvie pasar por la industrialización y adopte una forma de sociedad más armónica con la naturaleza: Sumak Kawsay. No forzarla mediante la producción intensiva de alimentos o herirla con la explotación petrolera y minera.

De ahí la “soberanía alimentaria”, que la agricultura sea sobre todo de subsistencia, que el turismo ecológico receptivo reemplace la agroexportación.

Una segunda lectura es que la adopción del “Buen Vivir” como meta central es llevar a sus últimas consecuencias una preocupación de muchos expertos sociales y económicos: que desarrollo no es todo; igualar desarrollo a crecimiento, erróneo; medir crecimiento económico vía la metodología del PIB, inexacto.

Si las tareas del hogar las realiza una empleada doméstica, suman al PIB; si las realiza una madre de familia, se excluyen. La contaminación ambiental que genera una actividad económica no se computa como valor negativo.

Tener al crecimiento del PIB como principal meta trae implícita una prescripción de políticas públicas: todo lo que haga crecer al PIB es bueno; lo que no lo hace crecer, aunque beneficioso, no cuenta.

A esta tesis se adhiere el presidente Correa, y de ahí sus puntualizaciones, que hay “buen crecimiento” y “mal crecimiento”, que es mejor reducir la pobreza y las diferencias en el reparto de la riqueza que hacer crecer el PIB.

Los expertos han elaborado nuevos índices:

- Gini, para las diferencias en el reparto de riqueza;

- PPP, para corregir la distorsión que un mismo servicio cuesta mucho más en un país desarrollado que en uno de menor desarrollo (ejemplo: costo de una carrera de taxi en París y en Guayaquil). El PIB per cápita exagera las diferencias de poder adquisitivo entre países de mayor y menor desarrollo;

- De desarrollo humano; mide avances en los servicios de salud y educación.

Esto no basta, sienten muchos. Bajo iniciativa del presidente Sarkozy la ONU conformó una comisión liderada por Joseph Stiglitz para elaborar un nuevo índice que reemplace al PIB, como nuevo paradigma de progreso social.

El extenso informe de la comisión revela consenso en que el PIB es insatisfactorio como índice; pero tampoco la comisión pudo ponerle reemplazo. Las ciencias sociales no pueden elaborar un índice para medir la felicidad de los pueblos.

El PIB solo mide el crecimiento económico, nada más que eso, y con deficiencias. Reconozcámoslo. Pero también que es irreemplazable.

Debe seguir siendo nuestra guía central para juzgar el desempeño de la economía, aunque haya que tener en cuenta los otros índices. Como cuando manejamos en la carretera, miramos el velocímetro para medir nuestro avance, aunque de reojo veamos si hay recalentamiento o si las revoluciones indican que tenemos que meter otro cambio.

Pero reemplazar “Desarrollo” por “Buen Vivir” nos pone en las manos de lo que algunos ideólogos consideren buen vivir. Es entrar en terreno desconocido, sin brújula y mapa. Con alta probabilidad de que nos perdamos.