URBANA-CHAMPAIGN, ILLINOIS, EE. UU. |

Otra cosa que admiro mucho del mundo anglosajón es su pragmatismo y sentido de responsabilidad. Si aquí se comete un error, se realiza el análisis correspondiente, se aplican las sanciones del caso, y, sobre todo, se toman los correctivos para que no vuelva a ocurrir el evento. Si en América Latina se comete un error, le vamos a tirar piedras a la Embajada de Estados Unidos. Es decir, la culpa jamás es nuestra, siempre es de los demás, y de esta forma no establecemos responsabilidades, peor correctivos, y, como dice Einstein, locura es hacer siempre las mismas cosas, esperando obtener diferentes resultados. Incluso nos inventamos toda una teoría para echar la culpa a terceros de nuestra pobreza: la Teoría de la Dependencia, es decir, nosotros éramos pobres porque ustedes eran ricos. Nadie puede negar a través de la historia los mecanismos de explotación que ha habido, me lo pueden decir a mí, que hoy soy testigo privilegiado de aquello, pero para poder resolver nuestros problemas debemos aceptar que los principales –aunque no los únicos– responsables de nuestra situación somos nosotros mismos. Si no, como de costumbre, todos vamos a hablar del cambio, pero que cambie el resto, porque yo no tengo nada que cambiar. ¡Qué daño ha hecho el paternalismo en América Latina! Hablar no de pobres, sino de “empobrecidos”, la mitificación del mundo indígena, nuestra eterna victimización, donde todos nuestros males –que los hay, y muchos– son culpa de terceros.

Ni qué decir del amor por la verdad del anglosajón. Recuerdo algo que me impresionó profundamente. Ustedes saben que los latinoamericanos no nos caracterizamos precisamente por la puntualidad, lo cual se supone debe ser un horroroso defecto, que además de falta de respeto significa ineficiencia. Pues bien, si en Ecuador alguien llega tarde, como siempre será culpa del gobierno, ya que argumentará que es el tráfico, el mal servicio de transporte, etc. Sin embargo, acá en Urbana-Champaign, con uno de los mejores sistemas de transporte de USA, muchos latinoamericanos de todas formas llegaban tarde, y como ya no se podía echar la culpa al gobierno, resulta que un amigo me dijo que llegaba tarde porque era feo ser muy puntual. Es decir, el error se convirtió en virtud. Cuánto nos ha costado en América Latina no llamar las cosas por su nombre.

Lamentablemente, ciertos antivalores culturales pueden anular las instituciones formales necesarias para el avance social y económico, y prevalecer como mecanismos de retraso y subdesarrollo. En este sentido, algunos de los antivalores de la cultura latinoamericana que constituyen poderosos obstáculos para que funcionen las instituciones formales, y, en particular, la democracia y el estado de derecho, son, entre otros, la cultura de la trampa, es decir, un inexplicable deseo de romper las reglas de juego formalmente establecidas, donde el que lo hace más y de mejor forma no es el más sinvergüenza, sino tan solo el más “sabido”, con lo cual se destruye toda capacidad de organización; la cultura del poder, donde las acciones se dan en función no de los derechos y obligaciones establecidas por las reglas formales, sino por la conveniencia del coyunturalmente más poderoso; y, finalmente, se encuentra lo que los psicólogos llaman “disonancia cognitiva”, esto es, la incoherencia entre los valores expresados y los valores practicados, lo que genera que en lo abstracto se esté furiosamente contra ciertas conductas y situaciones, como por ejemplo, la corrupción e impunidad, y en lo cotidiano se actúe en función de lo supuestamente rechazado. Los mencionados antivalores hacen que las reglas formales, más aún dada la debilidad de las organizaciones para hacerlas cumplir, queden frecuentemente en simples enunciados. De esta forma, estoy convencido que el cambio cultural es lo más importante para el desarrollo.

Si un economista hubiera llegado a América con Cristóbal Colón, hubiera concluido que lo que hoy llamamos América Latina se iba a desarrollar más exitosamente que América del Norte. Mientras que en ambas regiones abundaban importantes recursos naturales, en la primera ya existían sociedades bastante consolidadas con importantes adelantos tecnológicos, en tanto que la segunda apenas contaba con unas cuantas tribus nómadas.

De hecho, muchos dicen que Colón fue el primer economista, ya que cuando partió, no sabía adónde iba, cuando llegó, no sabía dónde estaba, y todo fue pagado por el gobierno.

Este para mí es uno de los grandes enigmas del desarrollo. Se han intentado dar respuestas, siempre insuficientes, como la de Max Weber en su libro El Capitalismo y la Ética Protestante. Lo que es seguro es que la explicación para la razón de ser de la Economía, el desarrollo humano, no se dará con optimizaciones dinámicas ni con un sistema de ecuaciones, por complicado que este sea, y haciendo abstracción de dimensiones tan importantes como las cuestiones de poder y de cultura, entendida esta como el conjunto de ideas, creencias, visiones y valores acerca del mundo y de la sociedad, transmitidos socialmente.

Como verán, hoy sigo teniendo mucho más preguntas que respuestas, pero al menos ya no siento tanto temor de confesar mi ignorancia. Cada vez estoy más convencido de que más que ciencia, la economía nos da un set de instrumentos para resolver problemas, y que frecuentemente la supuesta teoría económica, es a lo sumo la opinión dominante, e incluso ideología disfrazada de ciencia, como en el caso del Consenso de Washington y el neoliberalismo. Que siempre es necesaria la ética y la moral, es decir, el análisis normativo, por positiva que se crea una ciencia. Precisamente la ausencia de estas dimensiones, y el someter vida, personas y sociedades a la entelequia llamada mercado, nos ha llevado a la peor crisis global de los últimos 80 años. Creo en sociedades con mercado, pero no en sociedades de mercado. Creo en la libertad individual, que sin justicia es lo más parecido a la esclavitud, y esa justicia solo se puede lograr a través de la acción colectiva. No comparto una globalización que intenta crear un mercado global, y no una sociedad global; una globalización que busca no ciudadanos del mundo, sino tan solo consumidores mundiales. No entiendo cómo los países ricos podrán justificar éticamente a las futuras generaciones la búsqueda de cada vez mayor movilidad para mercancía y capitales, al mismo tiempo que penalizan e incluso criminalizan cada vez con mayor fuerza la movilidad humana. Creo que el mayor imperativo ético que tiene la humanidad es combatir la pobreza, la cual por primera vez en la historia, no es fruto de escasez de recursos, sino de sistemas perversos. Creo en el poder de la utopía, que como dice mi buen amigo Eduardo Galeano, escritor uruguayo autor de Las Venas Abiertas de América Latina, al ser inalcanzable pese a mucho caminar, nos sirve precisamente para eso, para avanzar.

*Extractos del discurso del Presidente de la República del Ecuador en la Universidad de Illinois, el 8 de abril del 2010.

Fuente: www.elciudadano.gov.ec. El título es nuestro.