Una persistente ofensiva mediática, muy parecida a estrategia de mercadeo para posicionar una marca o un producto, trata de convencernos a los ecuatorianos de que el verdadero clásico de nuestro balompié ya no es el de Barcelona-Emelec, sino el de Barcelona y Liga de Quito.

El argumento más usado es el de que los clásicos nacen de una rivalidad territorial o regional, ingrediente al que suponen indispensable para despertar el ambiente fervoroso y apasionado del choque futbolero. La afirmación no resiste el menor análisis. El origen de un clásico está casi siempre en una oposición o rivalidad de raíz socioeconómica, aunque también pueden influir factores políticos y hasta religiosos.

No es indispensable el factor territorial. La mayoría de los más importantes clásicos del fútbol mundial son entre clubes de una misma ciudad o región: Boca Juniors-River Plate (Buenos Aires); Nacional-Peñarol (Montevideo); Colo Colo-Universidad de Chile (Santiago); Cerro Porteño-Olimpia (Asunción); Alianza Lima-Universitario (Lima); Internazionale-AC Milan (Milán), por mencionar algunos. El clásico español entre Real Madrid y Barcelona se afianzó no por pertenecer los clubes a ciudades distintas sino por motivaciones de orden político: los merengues eran vistos como el equipo del régimen falangista de Franco y representaba el centralismo capitalino, mientras el Barça tenía una raigambre republicana, opuesta al franquismo y representaba al autonomismo catalán.

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La historia tampoco respalda la intención de hacer nacer un nuevo clásico en el siglo XXI. Ya no hay cabida para inventarlos. El clásico más “nuevo”, fuera del Ecuador, es el de los dos equipos chilenos que surgió en 1938. Los demás tienen 100 años, se acercan a ellos, o los sobrepasan. La rivalidad entre Barcelona y Emelec se inició hace 67 años y la denominación de ‘clásico’ nació hace 62 años. En un fútbol como el ecuatoriano, que tiene 110 años de edad, pueden nacer rivalidades nuevas, pero ninguna con los ingredientes de la emoción desbordante que paraliza al país entero con su único clásico.

Tal vez un clásico Barcelona-Liga (Q) habría podido intentarse en los años sesenta o setenta, en que se consolidaron los campeonatos nacionales y ambas divisas contaban con equipos poderosos. Pero nadie se atrevió a decirlo porque habría sido ridículo tratar de desplazar al consolidado Clásico del Astillero, reconocido nacional e internacionalmente.

Este tipo de batalla emotiva se da siempre entre los dos equipos más populares de un país, no entre el primero y otro que se ubica en lugares subalternos, por más que haya logrado éxitos nacionales o internacionales. River Plate y Boca Juniors se encuentran actualmente en las últimas posiciones del torneo argentino, pero a nadie se le ocurriría inventar un clásico entre Boca y Estudiantes de La Plata, último campeón de la Copa Libertadores, alegando el bajón de River.

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Barcelona es el equipo más popular del país, eso no tiene discusión. Emelec es el segundo en cantidad de seguidores. Aucas (hoy en segunda división) y Deportivo Quito superan a Liga, pese a sus resonantes títulos internacionales que enorgullecen a Ecuador. No cabe entonces un clásico entre Barcelona y Liga.

El fútbol es un fenómeno de hondas implicaciones sociales, políticas y económicas. No está ajeno a las miradas de los expertos en mercadeo. Barcelona es la marca que más vende, al punto que un banco se llevó al equipo a Quito para aprovechar su popularidad. La estrategia publicitaria ahora es adherir a un equipo capitalino a la imagen de Barcelona y ninguno mejor que Liga de Quito, campeón de la Libertadores y de la Sudamericana. Todo esto a falta de un auténtico clásico quiteño.

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Los clásicos no los ha inventado el periodismo ni se originaron en las oficinas de marketing. Hay un instante en la historia del fútbol en que nace un ídolo que capta el sentimiento popular. A él se opone un equipo de la élite política o económica al que el pueblo quiere derrotar a través de su escuadra predilecta en una especie de reivindicación. Así nació en los años cuarenta el Clásico del Astillero, que es hoy el partido emblemático del balompié ecuatoriano, dentro de las fronteras o fuera de ellas.

En el siglo XXI ya no cabe el invento de ningún clásico en ningún lugar del mundo.