EE. UU.

De los festivales del absurdo que envuelven periódicamente a la política estadounidense, seguramente el argumento más tonto es aquel en el cual se dice que debido a que Washington está pasando por un invierno particularmente nevado, eso demuestra que el cambio climático es un engaño y, por tanto, no necesitamos molestarnos con todas esas cosas afeminadas como la energía renovable, paneles solares e impuestos al carbono. Solo perfora, nene, perfora.

Cuando vemos a legisladores como el senador Jim DeMint, de Carolina del Sur, escribiendo en Tweeter que “va a seguir nevando hasta que Al Gore grite tío” o noticias en el sentido que los nietos del senador James Inhofe, de Oklahoma, están construyendo un iglú junto al Capitolio con un gran letrero que dice “El Nuevo Hogar de Al Gore”, en verdad uno se pregunta si aún podemos seguir sosteniendo una discusión seria con respecto al tema del clima y la energía.

La comunidad del clima y de científicos no carece de responsabilidad. Sabía que estaba ante fuerzas formidables –desde las empresas petroleras y de carbón que financian los estudios que muestran escepticismo hacia el cambio climático, pasando por los conservadores que odian cualquier cosa que conduzca a más regulaciones gubernamentales, hasta la Cámara de Comercio que se resistirá a cualquier impuesto sobre la energía–. Por tanto, los expertos del clima no pueden exponerse y quedar vulnerables al citar investigaciones que no han sido revisadas por colegas o al no responder a legítimos interrogantes, algunos de los cuales ocurrieron tanto en la Unidad de Investigación Climática como en la Universidad de Anglia Oriental y el Panel Intergubernamental de la ONU sobre Cambio Climático.

Si bien sigue habiendo una montaña de investigación de múltiples instituciones con respecto a la realidad del cambio climático, la opinión pública se ha inquietado. ¿Qué es real? En mi opinión, la comunidad de la ciencia del clima debería convocar a sus máximos expertos –de lugares como la NASA, los laboratorios nacionales de Estados Unidos, el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), Stanford, el Instituto Tecnológico de California y la Oficina Met del Centro Hadley en el Reino Unido– y producir un simple informe de 50 páginas. Podrían titularlo ‘Lo que sabemos’, resumiendo todo lo que ya sabemos acerca del cambio climático en lenguaje que un alumno del sexto grado pudiera entender, con pies de página incuestionables que hayan sido revisado por colegas.

Al mismo tiempo, deberían agregar un sumario de todos los errores y disparadas exageraciones hechas por los escépticos del clima; así como el origen de sus fondos. Ya es hora de que los científicos del clima dejen de meramente jugar a la defensiva. El físico Joseph Romm, prominente articulista sobre el clima, está publicando en su sitio de internet, climateprogress.org, su propio listado de los mejores artículos científicos sobre cada aspecto del cambio climático para cualquiera que desee ver un sumario rápido ahora.

Estos son los puntos que me gusta enfatizar:

1) Evite el término “calentamiento global”. Prefiero el término “extrañamiento global”, porque eso es lo que efectivamente ocurre a medida que las temperaturas del mundo aumentan y el clima cambia. El clima se vuelve extraño. Se anticipa que el calor sea más caliente, la humedad más húmeda, la sequía más seca y más numerosas las tormentas más violentas.

El hecho que haya nevado a lo loco en Washington –al mismo tiempo que ha llovido en la Olimpiada Invernal en Canadá, mientras Australia está registrando una sequía histórica de 13 años– concuerda justamente con los pronósticos de cada estudio de importancia sobre el cambio climático, el clima se volverá extraño: algunas áreas tendrán más precipitación que nunca; otras se secarán más que nunca.

2) Históricamente, sabemos que el clima se ha calentado y enfriado lentamente, yendo de las eras glaciales a periodos de calentamiento, impulsados en parte por cambios en la órbita de la Tierra y de ahí la cantidad de luz solar que reciben diferentes partes del planeta. El meollo del debate actual radica en saber si los seres humanos –al emitir tanto carbono y espesar la capa de gases de invernadero alrededor de la Tierra de forma que atrape más calor– están o no exacerbando rápidamente los ciclos naturales de calentamiento hasta un grado que podría conducir a peligrosas alteraciones.

3) Quienes favorecen que se emprendan acciones están diciendo: “Debido a que el calentamiento que los humanos están causando es irreversible y potencialmente catastrófico, compremos algunos seguros –mediante la inversión en energía renovable, eficiencia energética y tránsito masivo– porque este seguro, de hecho, nos volverá más ricos y más seguros”.

Importaremos menos petróleo, inventaremos y exportaremos más productos de energía limpia, enviaremos menos dólares al extranjero para comprar petróleo y, el aspecto de mayor importancia, disminuiremos los dólares que están manteniendo a los peores petrodictadores del mundo, los cuales financian indirectamente a terroristas y las escuelas que los fomentan.

4) Incluso, si el cambio climático termina siendo menos catastrófico de lo que algunos temen, en un mundo que tiene programado crecer de 6.700 millones de personas a 9.200 millones de personas entre ahora y el año 2050, de los cuales cada vez más vivirán como estadounidenses, la demanda por energía renovable y agua potable se va a disparar. Obviamente será la siguiente gran industria mundial.

China, por supuesto, entiende eso, razón por la cual está invirtiendo profusamente en tecnología limpia, eficiencia y trenes de alta velocidad. Ve las tendencias del futuro y apuesta a ellas. De hecho, sospecho que China se está riendo discretamente de nosotros en este momento. Y que Irán, Rusia, Venezuela y toda la pandilla de la OPEP se están felicitando mutuamente. Nada sirve mejor a sus intereses que ver a los estadounidenses confundiéndose por el cambio climático y, por tanto, menos inclinados a dar pasos hacia la tecnología limpia y, por lo tanto, más seguro que sigan adictos al petróleo. Sí, señor, es un nuevo día en Arabia Saudita.

© 2010 The New York Times News Service