La regeneración urbana de Guayaquil en los últimos años no fue un hecho simplemente arquitectónico. No consistió solo en incrementar el presupuesto para bordillos y aceras. Tampoco en edificar algunas obras monumentales, como los túneles o los pasos a desnivel. Lo esencial fue la recuperación paulatina del orden. Los edificios públicos dejaron de servir de guarida para los ladrones, las calles ya no funcionaron como basureros y por fin los niños pudieron volver a los parques porque salieron los drogadictos.

Por eso nos preocupó constatar, durante las fiestas de Navidad, cómo el propósito del Gobernador del Guayas de que los vendedores informales se apoderen de las calles de la ciudad se esté cumpliendo. La Policía, siguiendo sus instrucciones, los protege, y la propaganda oficial los alienta con el argumento de que tienen derecho a trabajar.

Si perdemos el orden que logramos, aún incompleto, todavía insuficiente, podría ser el fin de la regeneración urbana. No habrá que permitirlo.