ARGENTINA |

Habría que desterrar de los congresos a los que se citan a sí mismos, a los que preguntan con editoriales y a los que empiezan cada respuesta con un “buena pregunta”. También a los consultores que vuelan como gallinazos por encima de los incautos, a los vendedores de ilusiones con tarjetas de letras rojas satinadas y a los colados que se comen nuestros bocaditos.

Se me ocurría esta lista de indeseables mientras me aburría en alguna presentación en la Asamblea Anual de la Sociedad Interamericana de la Prensa en Buenos Aires, o me divertía como un enano conversando largo con colegas de todo el continente. Es que no encuentro mejor lección de periodismo que la tertulia continuada de los señores editores de diarios en pasillos,  lobbies  y desayunos. Y me parece una pérdida de tiempo atender a los atildados vendedores de ilusiones que riegan brillantina desde sus podios de cartón y  power point.  Por eso propongo que las cumbres y encuentros se abstengan todo lo posible de conferencias y den tiempo a las conversaciones entre los asistentes en los cafés, pasillos y vestíbulos. Siempre es más sabrosa la charla con un colega que la conferencia envarada de un señor que quiere convencernos de las bondades de un artilugio que nos vende armado de un puntero láser, o nos muestra un futuro prometedor como si se bajara ahorita mismo de la máquina del tiempo.

Conclusión general: los Kirchner merecen la pluma de oro de la SIP, como señal de gratitud del periodismo argentino al matrimonio reinante. Y todos los ciudadanos tendríamos que agradecer al régimen matrimonial –ya de capa caída en la Argentina– que nos haya mostrado adónde nos lleva el despotismo de la sinrazón. El periodismo argentino de hoy tiene las ideas más claras que nunca,  además está unido detrás de los mismos objetivos. Y los diarios son los que están llevando las banderas y plantando cara a los gobernantes cínicos que usan la democracia para llegar al poder y después fregarse en ella.

Quizá sea por eso que tuve otra ocurrencia: quienes deberían asistir a las asambleas de la SIP y deleitarse con  coffee breaks  y  power points  son algunos de nuestros presidentes latinoamericanos. Y deberían venir acompañados de su séquito de adulones aplaudidores, esos que los abandonarán para aplaudir y adular a los que están subiendo por el mismo barranco por el que se caen sus antiguos señoritos.

Si vinieran a esas clases magistrales de periodismo en la SIP, aprenderían nuestros funcionarios que el periodismo no tiene casi nada que ver con la información, tal como la burocracia es una caricatura de la política. La información ya es cosa de algoritmos, matemática pura que saca de un agregador de internet lo que pasó y lo que no. Que Boca ganó y Maradona se drogó. Que el Aucas descendió y a Sandro lo trasplantaron. Que Charly está de nuevo en los escenarios y que un tsunami se llevó a 234.672 personas. Que Obama decide mandar 30.000 más a Afganistán y Pepe Mujica ganó con el 51,9% de los votos en Uruguay. Que la máxima fue de 32 y la mínima de 21. Hechos de la realidad que cualquiera puede saber si le interesa.

Nuestros gobernantes confundieron información con periodismo y se engañaron con una caricatura dibujada por la misma pluma que creó a los adulones y aplaudidores que los rodean. Unos tipos deleznables disfrazados de periodistas, igual que hay cobardes disfrazados de soldados y coimeros disfrazados de policías y corruptos disfrazados de honestos y prostitutas disfrazadas de monjitas y lobos disfrazados de caperucita… Así es el mundo desde la época de las cavernas y quizá por eso el poder siempre juzgó a las ovejas como si fueran lobos.

El poder despótico y sus secuaces solo amedrentan a estos travestidos de periodismo, que lo rodean para tomar copas con ellos como las tomaron con los anteriores y con los que vendrán después. Doblegar a los disfrazados es un pleonasmo, una redundancia inútil. Se dan vuelta en el aire como los panqueques y vuelven a caer bien parados como muñecos de goma. Pero nadie les cree: son tan inconsistentes como una papa frita.

El periodismo es otra cosa: quiere cambiar el mundo con la pluma y la verdad, que escribe con la sangre de próceres contemporáneos y anónimos de la patria. Es patrimonio genético de hombres y mujeres que llevan en el corazón un fuego que nunca se apaga. Es una profesión y una industria de valientes a los que no se amedrenta ni con balas ni con rejas ni con frío ni con calor ni con insultos ni con injusticias que parecen leyes.