Centenares de miles de ecuatorianos se sienten vejados por Rafael Correa. El Gran Insultador ha logrado unificar en su descontento a indios y pelucones, banqueros y maestros, guayaquileños y emigrantes, trabajadores y empresarios, estudiantes y uniformados, que en cada esquina de la Patria mastican su rabia.

Esta multitud rechaza la sola idea de una dictadura que reemplace a Correa. A la democracia no se la defiende con menos democracia sino con más democracia. Una salida golpista, como la de Honduras, solo nos conduciría al caos que hoy vive ese hermano país.

Pero si no admitimos tiranías golpistas, tampoco admitimos tiranías autogolpistas.

Con insultos no se come. Cómo se va a comer si no hay empleo. Se nos dice que los precios no suben, pero es solo porque en los cementerios tampoco hay inflación.

Con insultos no se educa. Cómo se va a educar si desde la “majestad” del poder se veja a cualquiera, si tenemos un Presidente que en lugar de perseguir la corrupción persigue a los maestros para repartir sus cargos.

Con insultos no se cura. Cómo se podría curar en hospitales desbordados por las víctimas de una guerra de mafias que nadie detiene. No es solamente el número de asesinatos lo que asusta bajo el correísmo sino su monstruosa crueldad.

El Presidente les exige a los medios de comunicación que exhiban un manual de ética. Que admita también que quien más necesita un código de ética y educación es él mismo.

Es momento de que Correa retroceda. No es este un pedido mío sino una exigencia de los maestros, los empleados públicos, los empresarios y banqueros que no cayeron en el juego de la nueva corrupción; los indios, los militares y policías honestos; los ecologistas, las mujeres ofendidas y los jóvenes pateados. Son ellos los que le ordenan que se detenga.

En lugar de insultos  reclaman una propuesta económica ambiciosa para utilizar los recursos del petróleo para promover no miles sino centenares de miles de nuevos puestos de trabajo, en un esfuerzo conjunto con toda la sociedad.

En lugar de ofensas esperan un mandatario que se vuelque a combatir a la delincuencia y a corregir los atrasos en salud y educación, que obtenga resultados, que demuestre que sabe gobernar, que hable menos y haga más.

Espero equivocarme, pero Correa no escuchará este mandato. Espero equivocarme, pero estoy convencido de que no combatirá la corrupción. Son tiempos de cosecha y los vientos que sembró se están convirtiendo en tempestad. Los truenos que retumban le han tapado los oídos.

Espero equivocarme, pero él mismo está empujando a los ciudadanos a que se organicen desde abajo en un gran movimiento que promueva pacíficamente, y sin intromisión de los viejos políticos, la revocatoria del mandato prevista en la Constitución.