Cuatro silencios: por el primer estrellamiento del avión, por el segundo choque, por la caída de la torre 1 y por el derrumbamiento de la torre 2. Así, y con la lectura de los nombres de los 2.752 fallecidos (de más de 90 países), Estados Unidos recordó un año más del ataque terrorista del 11 de septiembre del 2001 (11-S) contra los edificios que simbolizaban  su poder económico. 

En una ceremonia que ha seguido el mismo guión que los demás  aniversarios, el dolor estaba intacto, algo parecido a la Zona Cero de Nueva York, donde casi no hay avances en la reconstrucción de aquel espacio en el que se prevé construir la Torre de la Libertad y el monumento a  las víctimas.

Desde entonces, EE.UU. ya no es el mismo. El 11-S  marcó un antes y un después en su  historia  y en buena parte del mundo. Occidente sucumbió ante  el temor de  posibles nuevos ataques y extremó sus medidas de seguridad para protegerse del terrorismo. Una palabra con la que ahora se nombra a todo hecho violento perpetrado con fines políticos, religiosos  o económicos y que desató dos guerras lideradas por EE.UU. contra Oriente Medio (Afganistán e Iraq).

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El objetivo: acabar con el  movimiento de resistencia islámica Al Qaeda,  que se atribuyó el ataque a las Torres Gemelas y cuyo líder,  Osama bin Laden, no ha sido hallado por EE.UU. Mientras, el presidente Barack Obama reforzó la ofensiva contra Afganistán. “Los que atacaron EE.UU. el 11 de septiembre conspiran para volver a hacerlo”, dijo Obama.

Sobrevivientes y familiares de las víctimas  crearon un  programa didáctico para que  los maestros expliquen el 11-S a sus alumnos y conservar el recuerdo.