Patricio Brito saca 4 euros (5,72 dólares) del bolsillo de un pantalón raído de tanto uso. Al contarlos se le hace un nudo en la garganta: Uno, dos, tres, cuatro. Ni uno más. Ni uno menos. La frustración de cinco horas como vendedor ambulante de refrescos en una tarde de calor asfixiante por las canchas deportivas de Madrid se traduce en eso, en 4 euros.

Como albañil, en tiempos no muy lejanos, Brito ganaba más de 1.500 euros al mes (2.145 dólares). Pero con el declive del negocio de la construcción  pasó a engrosar las estadísticas de desocupados que hasta fines de julio,  en España sumaban 3’544.095 personas (482.108 eran extranjeros).

Desde hace cinco meses que este ecuatoriano dejó de percibir una prestación por desempleo (47.015 connacionales cobraban este subsidio en junio) que rondaba los 600 euros (858 dólares). Hoy sobrevive con lo que gana en la calle  vendiendo helados que él mismo prepara o bebidas que adquiere en negocios regentados por chinos. “En días buenos puedo sacar hasta 20 euros (28,60 dólares), pero son una excepción. La gente cada vez compra menos. Están como yo, sin trabajo”, sostiene Brito apeado a un árbol en el parque Rodríguez Sahagún.

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En épocas de crisis el comercio informal se erige como medio de subsistencia para cientos de inmigrantes. Y   la competencia no da tregua. Eso siente María Toapanta. Esta mujer menuda oriunda de Calderón (provincia de Pichincha) acumula diez años de experiencia en esos grandes mercados ilegales de comida al aire libre que pueblan decenas de espacios verdes de Madrid. Comenzó en El Retiro, continuó en el Paseo de Pintor Rosales, Fuente del Berro, Lago (Casa de Campo) y en estos días se la encuentra en unas canchas de ecuavoley en el distrito de Villaverde.

“Hay más gente por el paro (desempleo) y, por supuesto, todos queremos vender aunque se gane menos”, advierte  con cierto aire de impotencia.

Las estadísticas revelan que entre junio y julio se produjo una leve recuperación del número de ecuatorianos afiliados a la Seguridad Social (pasaron de 202.587 a 204.093) pero lo cierto es que la cifra de inmigrantes ocupados cae más rápido que la de españoles. Un dato más. Según el índice de ocupabilidad del Ministerio de Trabajo e Inmigración, cuatro de cada diez desempleados tienen escasas probabilidades de ser contratados nuevamente.

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El lojano Manuel Guachichulca “hace tiempo” que perdió la esperanza de encontrar un empleo. Este padre de dos hijos lleva dos años intentándolo. Sin resultados, claro.  Mientras tanto, vende granizados con esencia y colorante traídos de Ecuador. Es una tradición familiar que en España le permite sortear los estragos de la recesión. Diez euros (14,30 dólares) en una tarde no dan para mucho. “Hay días mejores, en este no he tenido suerte”, comenta con el rostro descompuesto.

Mercedes Oyagata, de 27 años, siete de ellos en Barcelona, descubrió los sinsabores del desempleo en mayo del 2008 cuando la empresa Sony empezó a reducir personal. Era parte de la cadena de montaje. Cobró el paro pero la prestación se agotó y la solución a la falta de ingresos la halló en la artesanía que confecciona con sus  manos. Lo que resta del verano le espera un trasiego infinito por las playas del litoral valenciano. “Espero que con lo que gane tenga para comer”.

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Más datos: Ambulantes
Puntos de venta
Los parques o las canchas son los  preferidos para el comercio informal. Afuera del Consulado se ofertan discos, comida y hasta  servicio de transporte para quienes deben pagar algún trámite en el banco. La “carrera” cuesta 10 euros (14,30 dólares). 

La normativa
La venta ambulante está prohibida. Los inmigrantes se exponen a que la Policía les requise la mercadería e impongan multas de más de 100 euros (143 dólares). El año pasado, en Madrid, se decomisaron 304.407 kg. de productos perecederos.

Textuales: Sin trabajo
María Toapanta,
vendedora ambulante
“Cada vez  más gente por el paro (desempleo) y, por supuesto, todos queremos vender aunque se gane menos”.