Creer que el “pensamiento único” que debe regir la vida de un pueblo es el pensamiento del ganador de las elecciones o de quien toma por asalto el poder, es la máxima aspiración del autoritarismo y de la tiranía. ¿Alguien cree que en Cuba ha existido y existe espacio para algún pensamiento distinto al del dictador Fidel Castro? ¿Alguien supone que en la Venezuela de hoy tiene cabida algún pensamiento distinto al del autócrata Chávez? En esas sociedades rige únicamente la voluntad de los dictadores, sin que exista espacio para el diálogo y menos para que coexistan pensamientos diversos. ¿Pueden los diversos pensamientos y formas de ver la vida ser reducidos a un único pensamiento, impuesto por los que ganaron las elecciones o tomaron el poder por asalto?; el hecho de ganar una elección, ¿otorga a los ganadores el derecho de imponer su pensamiento a los perdedores? La respuesta es categórica: absolutamente no.

Tanto Chávez como Fidel padecen del “Síndrome de Hubris”,  por lo cual los Centros de Defensa de la Revolución de Venezuela y Cuba tienen plena justificación en sus delirios mesiánicos, convirtiéndose en instrumentos perfectos para defender precisamente ese pensamiento único que los hace sentirse dueños de la verdad y rectores del destino de los pueblos.

Frente a estos centros del delirio, ¿deben las sociedades democráticas permanecer impasibles? Creo que no. Por ello, lo que deberíamos propiciar es el establecimiento inmediato de Centros del Progreso, para que la mayor cantidad de barrios, especialmente los más pobres, cuenten con una moderna infraestructura, dotada de la mejor tecnología posible, que brinde espacios dignos no únicamente para la realización de tareas escolares o para la capacitación de adultos, sino y especialmente para instruir a la población en valores democráticos, entre los cuales el pluralismo y la tolerancia deben tener preferente atención. (Ver artículo ‘La Verdadera Revolución’, EL UNIVERSO, 17 de abril de 2008).

La sociedad ecuatoriana no puede darse el lujo de suicidarse al condenar a sus miembros, especialmente a los más jóvenes, a la frustración y al estancamiento y al anular cualquier posibilidad de progreso con el cuento de la igualdad en la pobreza.

Si entendemos que progresar es, como lo define el diccionario, “Acción de ir hacia adelante. Avance, adelanto, perfeccionamiento”, no podemos permanecer impasibles ante el descalabro nacional. Por ello es urgente actuar, contando con el apoyo de todos quienes creen que aún existen mecanismos para frenar el autoritarismo.

Es urgente organizar en varias ciudades, empezando por Guayaquil, contando con el 1% del presupuesto municipal y con igual apoyo de la empresa privada, 100 Centros del Progreso por año, para que se constituyan en baluartes de la democracia, de la libertad y del bienestar.

Permanecer impasibles e inermes ante las amenazas que se ciernen en contra de la libertad y el progreso; agachar la cabeza ante el dogmatismo. Aceptar sin más el pensamiento único, presenciar la muerte de la seguridad ciudadana y jurídica, constatar que el Congreso continúa siendo el centro de las componendas y de los insultos; reconocer que el país es inviable y que transita inexorablemente hacia el despeñadero; y, presenciar con pesar, que el Gobierno está destrozando la esperanza del país, exige actuaciones urgentes y comprometidas. No hacer nada es ser cómplices de la debacle.