Un olor a cabello chamuscado inunda el quirófano tras las primeras incisiones del bisturí eléctrico en la parte posterior de la oreja derecha de Amy Pivaque Morales, de 3 años. Las manos del cirujano Fernando Silva Chacón se mueven con precisión en cada corte y a un ritmo lento como la melodía instrumental Reloj no marques las horas  que suena de fondo en la sala de operaciones.

Pero el reloj ya marca las 09:50, el  pasado miércoles, en uno de los quirófanos del hospital Francisco de Ycaza Bustamante, donde ese día se realizó el tercer implante coclear, un sistema de dos placas de titanio que se colocan una detrás del oído y la otra centímetros más arriba en sentido diagonal bajo el cuero cabelludo, mecanismo que posteriormente permitirá captar el sonido a niños con problemas de sordera.

Se trata de un programa pionero en el hospital, donde cinco menores han sido operados esta semana.

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La efectividad es mayor en  menores de cinco años con casos de sordera severa profunda y con mayores beneficios en infantes entre uno y tres años, refiere Silva.

Se prefiere a niños de esas edades porque en el cerebro, a los 6 años de edad, ya se cierra el engranaje del aprendizaje, es decir, que el niño después de esa edad ya no va a poder hablar, es más difícil, explica el médico, líder del área de otorrinolaringología del hospital y responsable de estas cirugías.

Afuera del quirófano, en la sala de espera, el reloj marca algo más de las 10:30. Han pasado 40 minutos de las tres horas previstas para la cirugía. En ese lugar, una sensación de nerviosismo y expectativa consume a Nixon Pivaque y Tatiana Morales, padres de Amy.

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Los progenitores cuentan que la sordera de la niña se originó hace un año y medio tras una enfermedad respiratoria que le complicó los pulmones y el efecto de los medicamentos recetados le dejó como secuela la sordera.

Las estadísticas revelan que uno de cada mil niños nacidos padece sordera congénita, pero ese índice sube a tres o cuatro por problemas que pueden ocurrir durante el embarazo como preeclampsia o niños que tras nacer se enferman de rubeola, papera o varicela, según el médico Silva.

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En la sala de recuperación, Auxiliadora Meza y su esposo, Roberto Mendoza, esperan que el reloj señale las dos de la tarde, hora en la que darán de alta a su hijo Robert, de 4 años.

Afrontar el caso ha sido difícil para ellos, sobre todo por la falta de recursos. Los ingresos del trabajo inestable del progenitor, como profesor, más los 60 dólares que reciben por el bono de desarrollo humano no han sido suficientes para pagar exámenes de resonancia magnética, electrocardiogramas, tomografías, entre otros.

En la cuna, Robert está inquieto y fastidiado por la gasa que cubre parte de su cabeza y la herida del implante que recibió el día anterior. Los padres,  que provienen  del cantón El Empalme, ansían que el niño pueda escuchar pronto.

Pero la audición de los primeros sonidos no es inmediata. Tras la cirugía y una vez curadas las heridas, luego de 45 días se coloca en la cabeza un sistema de audífono externo que se acopla a través de un imán a los implantes de titanio colocados bajo el cuero cabelludo. Entonces el niño comienza a experimentar sensaciones.

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Unos ríen, otros lloran, algunos se asustan y hay a quienes les brillan los ojitos de alegría, dice el médico al recordar la experiencia con otros casos del año pasado.

A la mayoría  le llama la atención los sonidos que emiten los animales. Tania Rodríguez cuenta que tras los 45 días de la cirugía y una vez colocado el audífono, su hija Estéfani Véliz, de 4 años, no dejaba de reír y emitir sonidos al escuchar el ladrido de los perros y el piar de pollitos. “Esos fueron los primeros sonidos que percibió y los que más le gusta escuchar”, comenta.

La efectividad del implante coclear depende de la terapia y rehabilitación auditiva que el niño recibe posterior a la cirugía, advierten especialistas.

La tarde de ese mismo día, niños con problemas auditivos asisten a la Escuela de Audición y Lenguaje, ubicada en Calicuchima y Tulcán, donde estudian 220 menores.

Allí maestras especializadas trabajan con pequeños desde la edad maternal, quienes se inician con una base de lenguaje, lectura labio facial y desarrollo de habilidades auditivas.

Varios culminan con la educación básica y se adaptan sin problemas a un colegio de educación regular, refiere Adriana Vinueza, directora del establecimiento.

Alejandro Romero Romero, de 4 años, es uno de los alumnos y el primero en recibir el implante coclear en ese hospital. La noche del miércoles Alejandro no para de jugar y dibujar en la casa con sus padres Richard y Gladys, quienes esperan que se recupere y retorne a la escuela.

El costo de la cirugía, el implante y los audífonos bordean los $ 20 mil, al margen de los valores de exámenes que llegan a los $ 1.000. Hasta ahora el Ministerio de Salud ha asumido los gastos. Chacón espera que el programa se vuelva permanente con al menos una operación por semana.

El 70% de los niños que asisten a la Escuela de Audición disponen de audífonos comunes para la sordera. Cinco ya cuentan con implantes cocleares. El resto no usa ningún aparato para mejorar la audición.

Los costos y el mantenimiento constante del equipo están entre las razones por las que no todos tienen, dice la directora de la Escuela.