El oscuro gris se ha tomado la ciudad. Lo tenue reemplaza la alegría de nuestro pueblo, mientras que los colores se transforman en una tonalidad que raya en lo sepia. Uno puede asumir que la cruda estación y clima actual son los responsables de nuestra vida entre penumbras, pero la verdad es que esta realidad se debe a que la conductora de TV Marián Sabaté nos ha abandonado.

Como aquel amor que se marcha en una mañana de febrero, nuestra querida presentadora ha dejado un hueco más grande que el de la capa de ozono y con peores consecuencias. La televisión y Marián conforman una simbiosis única, lo que le pase a una de las partes afectará a la otra, y con su momentánea partida los televisores que adornan los cuartos y salas de las familias ecuatorianas han perdido su brillo.

Marián Sabaté siempre se ha caracterizado por dividirse valientemente entre su realidad y la fantasía televisiva. A lo largo de su carrera, mientras su vida personal ha transitado por carreteras a veces escabrosas, la imagen que le brinda a sus televidentes ha mostrado una seguridad y calidez que le puede sacar una sonrisa al Olafo más amargado, al enano más gruñón y a la bestia más salvaje.

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Pero el último revés sufrido por la animadora significó un cese al fuego, un final dentro de un peligroso callejón lleno de enredos, calumnias y balas perdidas dirigidas hacia todas las guerrillas faranduleras de nuestro país. Con su repentina partida, la farándula nacional no solo pierde a uno de sus actuales y más relevantes referentes, sino quizás a la impulsadora más importante de toda una industria, quien le abrió las puertas a lo bueno, lo malo, lo feo y lo repulsivo. Hizo esto desde su espacio de ‘Noche a Noche’, hasta su último programa ‘Caiga Quien Caiga con Marián’.

Aunque se hable mucho acerca de lo que ha llevado a Marián al lugar donde se encuentra en la actualidad, las razones de sus logros radican en aspectos que nos remontan a nuestro pasado. Desde su aparición en ‘Aló qué tal’, Marián ha guardado cierta similitud con la tónica hermana de algún amigo del ayer. Aquella por quien uno hubiera entregado todo y se contorneaba para verla por puertas entrecerradas y cortinas semiabiertas.

La gente ha crecido a la par de Marián, ha aprendido a confiar en ella y la defiende ante cualquier acusación en su contra. Ella podría hasta cometer un crimen y una turba con antorchas llegaría a su rescate, quemando la cárcel de mujeres y sacándola en brazos coreando libertad. Aún es sorprendente que no se haya lanzado a la política. En estos momentos, los vientos del cambio soplan a favor de Marián.

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En recientes entrevistas se afirma que dejará de un lado el mundo de la farándula que la ha cobijado por tanto tiempo y aparentemente retomará el reinado de la noche que alguna vez la coronó. Pero es la capacidad de reinventarse y levantarse más veces que el ave fénix, lo que lleva al público a admirar a nuestra animadora favorita. Uno simplemente no puede dejar de ver a Marián. No importa cómo está y con quien decida rodearse, la sonrisa de Marián, a cualquier hora, nos brinda una calma y la certeza de que todo estará bien. Es algo irónico que el eslogan de su anterior televisora diga “Es tiempo de cambiar”, ahora que Marián está haciendo justamente eso.

Pero su cambio, más que una reinvención, es un alivio para ella, el mismo que significará el regreso del brillo a nuestros televisores. Un destello entre la telebasura que nos devolverá las razones para agarrar el control remoto y subirle el volumen cuando se pare frente a un micrófono y salude a su público con alguna oración que termine con la palabra “chicos”.

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Mientras esperamos con ansias el regreso de nuestra mejor amiga, la lluvia sigue cayendo sobre la ciudad y los días permanecen nublados. Pero cada rayo de sol que se abre paso entre las tinieblas nos recuerda que el brillo multicolor de Marián volverá a la pantalla, y será como si el invierno nunca hubiese llegado.