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La revelación sobre que Bernard Madoff –inversionista brillante (o así lo creyó casi todo el mundo), filántropo, pilar de la comunidad– fue un farsante ha impactado al mundo, y es comprensible. Es difícil entender la escala de su presunto plan Ponzi de 50 mil millones de dólares.

No obstante, seguro que no soy la única persona que ha planteado la pregunta obvia: realmente, ¿qué tan diferente es la historia de Madoff del sector de las inversiones en su conjunto?

El sector de los servicios financieros ha reclamado una parte siempre en aumento del ingreso del país en la última generación, haciendo que la gente que lo opera sea increíblemente rica. No obstante, en este momento pareciera que gran parte del sector ha estado destruyendo el valor y no creándolo. Y no solo es una cuestión de dinero: las vastas riquezas logradas por quienes manejaron el dinero de otras personas ha tenido un efecto corruptor en nuestra sociedad en su conjunto.

Empecemos con esos salarios. El año pasado, el sueldo promedio de los empleados de “títulos, contratos de materias primas cotizadas e inversiones” fue de más de cuatro veces el salario promedio en el resto de la economía. Ganar un millón de dólares no era nada especial, e, incluso, ingresos de 20 millones de dólares o más eran bastante comunes. El ingreso de los estadounidenses más acaudalados ha explotado en la última generación, incluso a medida que los sueldos de los trabajadores comunes se han estancado; la paga elevada en Wall Street fue una causa importante de esa divergencia.

Sin embargo, sin duda que esas superestrellas financieras debieron haber estado ganando sus millones, ¿cierto? No, no necesariamente. El sistema de pagos en Wall Street recompensa con esplendidez la aparición de la ganancia, aun si esa aparición después resulta haber sido una ilusión.

Hay que considerar el ejemplo hipotético de un administrador de dinero que apalanca el dinero de sus clientes con una gran cantidad de deuda, entonces invierte el total agrandado en activos muy productivos pero riesgosos, como dudosos títulos respaldados con hipotecas. Por un rato –por decir, mientras una burbuja de la vivienda sigue aumentando–, él (casi siempre es un él) obtendrá grandes ganancias y recibirá bonos enormes. Entonces, cuando revienta la burbuja y sus inversiones resultan ser desperdicio tóxico, sus inversionistas perderán a lo grande, pero él conservará esos bonos.

Está bien, quizá mi ejemplo no fue hipotético después de todo.

Entonces, ¿qué tan diferente es, en lo general, lo que Wall Street hizo en cuanto al asunto Madoff? Bueno, supuestamente Madoff se brincó algunos pasos y simplemente se robó el dinero de sus clientes en lugar de cobrar honorarios excesivos mientras exponía a los inversionistas a riesgos que no comprendían. Y mientras Madoff fue un fraude aparentemente tímido, muchas personas en Wall Street creyeron su propia promoción exagerada. No obstante, el resultado final fue el mismo (excepto por el arresto domiciliario): los administradores de dinero se hicieron ricos; los inversionistas vieron desaparecer su dinero.

Estamos hablando de muchísimo dinero. En los últimos años, el sector financiero representó 8% del PIB de Estados Unidos, más del 5% una generación anterior. Si ese 3% extra fue dinero para nada –y es probable que así fuera–, estaríamos hablando de unos 400 mil millones de dólares al año en desperdicio, fraude y abuso.

Sin embargo, es seguro que los costos de la era Ponzi en Estados Unidos hayan ido más allá del desperdicio directo de dólares y centavos.

En el nivel más crudo, las ganancias mal habidas corrompieron, y lo siguen haciendo,  la política en una forma amablemente bipartidista. Desde funcionarios del gobierno de Bush, como Christopher Cox, presidente de la Comisión de Valores y de la Bolsa, que se hizo de la vista gorda a medida que se acumulaba la evidencia del fraude financiero, hasta los demócratas que todavía no han cerrado el indignante hueco fiscal que beneficia a los ejecutivos de los fondos de cobertura de riesgos y firmas de patrimonios privados (hola, senador Schumer), los políticos han caminado cuando ha hablado el dinero.

Mientras, ¿qué tanto ha sido dañado el futuro de nuestro país con el jalón magnético de la rápida riqueza personal, que por años ha atraído a muchos de nuestros mejores y más brillantes jóvenes a la banca de inversiones, a costa de la ciencia, el servicio público y casi todo lo demás?

Más que nada, las vastas riquezas que se están ganando –o quizá que deberían “ganarse”– en nuestro sector financiero inflado minaron nuestro sentido de la realidad y degradaron nuestro juicio.

Hay que pensar en la forma en la que casi todo el mundo importante pasó por alto los signos de advertencia de una crisis inminente. ¿Cómo fue eso posible? ¿Cómo, por ejemplo, pudo Alan Greenspan haber declarado, hace apenas unos años, que “el sistema financiero en su conjunto ha adquirido mayor capacidad de recuperación” –gracias a los derivados, ni más ni menos–? La respuesta, creo yo, es que existe una tendencia innata por parte de incluso la élite a idolatrar a hombres que están haciendo muchísimo dinero y a suponer que saben lo que están haciendo.

Después de todo, esa es la razón por la que muchas personas confiaron en Madoff.

Ahora, a medida que estudiamos el desastre y tratamos de comprender cómo fue que las cosas pudieron salir tan mal, tan rápido, la respuesta es en realidad bastante simple: lo que ahora vemos son las consecuencias de un mundo hecho Madoff.

© The New York Times News Service.