Lo que sorprende de la estafa que fraguó durante varios años un importante ejecutivo norteamericano, como se acaba de descubrir, no es solo su enorme monto, superior a los 50 mil millones de dólares, sino la incapacidad manifiesta de los organismos de control estadounidenses para detectar lo que estaba ocurriendo.

Si estos crímenes se pueden cometer en la nación más desarrollada del planeta, quiere decir que las fallas en el sistema de regulaciones van más allá de la coyuntura. Esto se hizo evidente sobre todo cuando estalló la crisis financiera actual y cayeron instituciones bancarias muy poderosas, que nadie esperaba; pero la estafa que ahora se agrega viene a ser como un remate caricaturesco que corrobora que esta vez no bastará con reactivar la economía internacional, y que habrá que reconstruirla sobre bases nuevas.

Los demagogos quieren aprovechar esta realidad para introducir experimentos afiebrados. No es ese el camino sino el de fortalecer un sistema de instituciones y leyes absolutamente claro para todos.