Ese deseo no escondido de millones de ecuatorianos que clamaban por un cambio, dio lugar a la instauración del actual régimen, caracterizado por la concentración de poder, en el que los pesos y contrapesos no existen y en el que todas las instituciones están subordinadas a la decisión del gobernante y su buró, que obra ya sea directamente o a través de órganos ejecutores. Por supuesto, es de la esencia del régimen la ausencia de límites al ejercicio del poder, por lo cual la Constitución no existe. En definitiva, el estado de derecho como principio de organización jurídico-política del Estado desaparece.

Una dictadura no necesariamente se caracteriza por la ausencia de moralidad en el dictador. Tampoco por el irrespeto al derecho a la vida. No obstante, la historia reciente nos recuerda dictadores como Fidel Castro, que no tuvo miramientos con ordenar ejecuciones si ello era necesario para la revolución, o como Pinochet. Otro dictador del entorno, Hugo Chávez, aún no traspasa ese límite, aunque poco le falta, tal como se constata cuando amenaza con utilizar las armas en la región de Zulia si acaso llega a perder las elecciones.

En Ecuador, es palpable la concentración de poder que existe, así como la ausencia de contrapesos. Sin embargo, qué diferencia a este de otros gobiernos? O dicho de otra manera, ¿por qué a este Gobierno se le perdona por completo todo aquello que a otros ya los habría derrocado, incluyendo el desprecio por el derecho? Sin duda el hecho de que el Ecuador esperaba una especie de Mesías, capaz, sin importar el costo, de derribar todos los obstáculos, verdaderos o no, que habían provocado la ruina institucional, aunque para hacerlo prescinda del orden jurídico. Así, gracias a una enorme maquinaria publicitaria, se nos ha hecho creer que van cayendo uno a uno los causantes de la crisis: partidocracia, banqueros corruptos, Isaías, Peñafiel, contratos colectivos, concesiones mineras, deuda externa,  Odebrecht, etcétera. No obstante, lo que se percibe es la sustitución de una cúpula de poder por otra. ¿Por qué lo digo? Simplemente porque una revolución que prescinde de la ley como límite del poder y que únicamente cambia de beneficiarios, no es otra cosa que caldo de cultivo para otra dictadura o para un nuevo Mesías. En definitiva, estamos sembrando un precedente nefasto para la república. ¿Es capaz  Rafael Correa de dar un giro profundo a su accionar y construir realmente un país próspero, de sólida institucionalidad y de profundo respeto por la ley?