El conflicto boliviano puso a prueba por primera vez la efectividad  de la incipiente Unión de Naciones  Sudamericanas, Unasur. Reunidos los presidentes en el Palacio de La Moneda, en Santiago de Chile, días antes del referéndum en Ecuador, consensuaron una declaración que no constituyó un cheque en blanco para el presidente Evo Morales sino la entrega de un capital político que debería usarlo para dialogar con la oposición en la búsqueda de soluciones nacionales, en el marco de la debilitada democracia de ese país.

Tal objetivo indudablemente no es fácil de alcanzar, no solo por la intensidad de los enfrentamientos con su secuela de muertos y heridos que han polarizado  las posiciones y los intereses en juego, sino porque de lo que se trata en definitiva es de lograr una redefinición del Estado y sus relaciones con los diversos sectores sociales así como determinar la función del mismo,  en un mundo con multiplicidad de actores y escenarios nuevos donde  tradicionales concepciones como  la de soberanía se  desdibujan y surgen otras interpretaciones.

En el contexto regional es posible diferenciar  intereses que animan a los gobiernos en relación a Bolivia.

Para los países del sur como Chile, Argentina y Brasil, la estabilización de Bolivia es vital por razones de política energética, por asuntos de frontera como  en el caso de Brasil que  tiene alrededor de tres mil kilómetros que colindan con los departamentos de  la oposición que conforman la llamada media luna oriental y, hasta por estrategia de liderazgo regional.

Para países como Venezuela, cuyo presidente tiene una especie de trifulca ideológico-política con el gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica, el conflicto boliviano es la ocasión propicia para echar gasolina al fuego y mostrar liderazgo defendiendo al presidente con quien tiene más afinidades.

El presidente de Ecuador estuvo presente en la cumbre de Unasur, manifestando como todos el respaldo al gobierno constitucional de Bolivia y advirtiendo que se pretendía desestabilizar su gobierno con las mismas tácticas opositoras, poniendo como epicentro de posibles cataclismos separatistas a la ciudad de Guayaquil. En realidad  tales posibilidades existen siempre y cuando un gobierno se niegue a entender y aceptar que la reestructuración del Estado en Latinoamérica, el cambio en democracia, implica el diálogo y la concertación no importa cuán  largo y difícil sea el camino por  recorrer hasta alcanzarlo.

El encendido proceso político que vive Bolivia tiene para rato. Además del papel de observadores, los países en Unasur tienen mucho que aprender del mismo para el tratamiento de sus propios  problemas y confrontaciones internas.

Al parecer la OEA e incluso la ONU van a ejercer sus buenos oficios. Es de esperar que  todo lo que se diga y haga sea en bien del pueblo boliviano y la unidad de Latinoamérica y no se cumpla  de nuevo aquello expresado alguna vez por el mismo presidente venezolano Hugo  Chávez, de que mientras los presidentes andan de cumbre en cumbre los pueblos andan de abismo en abismo.