Colombia realizó ayer un minuto de “vergüenza nacional” para pedir perdón por el crimen de un bebé, cuyo padre pagó por su secuestro, un caso que desnudó alarmantes cifras de violencia contra los niños y relanzó una iniciativa para establecer la cadena perpetua.

En Chía, la ciudad vecina a Bogotá donde ocurrió el crimen, un millar de personas con pañuelos y flores blancas, según un estimativo de la televisión, acompañaron a la familia del bebé, tras una misa en la iglesia de Santa Lucía.

Actos similares se dieron en otras once ciudades colombianas con un estimado de 40 mil asistentes.

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El cuerpo del infante apareció el pasado martes en un bosque en las afueras de Chía y envuelto en una lona, tras una semana de secuestro que mantuvo en vilo al país.

El padre del menor Orlando Pelayo confesó a la policía que pagó 230 dólares por el secuestro, aparentemente para evitar pagar la cuota de manutención a la madre, con la cual no convivía. Las dos personas que realizaron el crimen, una de ellas una mujer, fueron detenidas.

El niño murió asfixiado y aparentemente fue torturado, dijo Pedro Franco, director del instituto forense estatal Medicina Legal, que señaló que este año han sido asesinados 520 menores de edad en Colombia.

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Según los códigos colombianos, los tres implicados serían condenados a 60 años, pena que para muchos colombianos esta sería irrisoria.

“Necesitamos que se restablezca la cadena perpetua, para poner fin a unos crímenes que avergonzarían a cualquier país” agregó Gilma Giménez, una concejal de Bogotá.

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“Tenemos más de un millón de niños víctimas cada año de distintos tipos de violencia: unos 200.000 son violados, 800.000 sufren maltratos físicos graves, 25.000 son sometidos a la prostitución y hay 560 secuestrados”, dijo.