¿Se puede confiar en un país cuyos gobernantes violan abiertamente la Constitución, los mandatos populares y la ley, haciendo del garrote su presentación democrática? ¿Se puede generar inversión y con ello empleo si no existe transparencia en las actuaciones públicas? ¿Alguien se arriesgará a nuevos emprendimientos empresariales cuando lo que se avizora en el horizonte es enfrentamientos físicos, lucha de clases, inseguridad ciudadana, conculcación de libertades, estatizaciones y confiscaciones disfrazadas de solidaridad?

¿Se puede creer en un país que tolera que los pronunciamientos populares se burlen de manera descarada? ¿Cómo confiar cuando unos señores que fueron asambleístas y que hoy no son nada, se reúnen y se autoproclaman miembros de una Comisión Directiva de una Asamblea inexistente? ¿Creer en el discurso oficial contra la partidocracia cuando medio gobierno la representa? ¿Considerar que estamos en un cambio de época cuando los más importantes asesores del Gobierno pertenecen a la misma clase dominante que supuestamente se combate? ¿Creer en la palabra de alcaldes como Paco Moncayo, que antes firmó una propuesta de autonomías radicalmente distinta a la que hoy, no sabemos con qué interés o temor, aplaude? ¿Confianza en universidades que ante los abusos del poder guardan un silencio cómplice, temerosas de perder sus rentas? ¿Confianza en autoridades que están haciendo abierto proselitismo político prohibido por la ley?

Ciertamente que el Ecuador no soportaba más a las mafias conocidas que nos gobernaron. Sin embargo, ¿qué cambió para bien en estos meses? Lo peor de todo es que tal parece que la publicidad oficial es capaz de convencer a los que menos tienen que la Constitución de Montecristi será el inicio de un Ecuador diferente en el que la igualdad y las libertades serán absolutamente respetadas.

Se garantizará por fin la salud para todos, se ha dicho. Que la educación será gratuita hasta el tercer nivel. Que el seguro social será universal, es decir, para todos.

¿Alguien puede creer en tales promesas? ¿Acaso alguien puede sostener que el problema del Ecuador es su Constitución? Por favor, si el Gobierno quisiera destinar recursos a estas áreas lo puede hacer simplemente efectuando las asignaciones en el Presupuesto. Si el Gobierno quisiera ser transparente, no necesitaría cambiar leyes, simplemente se abstendría de entregar a dedo millones de dólares a un pequeño círculo de empresas. Si el Gobierno quisiera respetar la democracia y la libertad de prensa, no necesitaría acusar a los medios de haber “prostituido la verdad”, sino hacer un mea culpa de las mentiras estatales que nos inundan y tergiversan, ellas sí, la verdad que los ecuatorianos constatamos día a día y que ha situado a los más pobres en una situación terrible de inestabilidad.

Por desgracia para el país, lo único que la publicidad estatal no puede disfrazar es la pobreza. Ecuador soporta un desempleo vertiginoso, una inflación insoportable y lo peor de todo es que en los próximos años, los universitarios, que constituyen la verdadera élite del país, no tendrán más alternativa que emigrar, desintegrando aún más a las familias ecuatorianas. Lamentablemente, nos tomará varios años, tal vez generaciones, entender que el poder no debe estar en manos de quienes no conciben la paz, la tolerancia y la prudencia como valores democráticos.