¿Qué propone la Asamblea de Montecristi? Simplemente invertir el triángulo, de tal forma que la mayor parte de competencias correspondan al Gobierno central y solamente el vértice inferior a los gobiernos locales.

Esto, les guste o no a los soberanísimos, se llama centralismo.

De aprobarse la Constitución de Montecristi, los municipios y prefecturas quedarán absolutamente debilitados, ya que al crearse las tergiversadas regiones autónomas los ingresos corrientes y de capital del Estado tendrán que distribuirse entre más, para pagar nuevos salarios, edificios, vehículos, tachos de basura, etcétera. Es decir, los municipios y prefecturas recibirán menos dinero, lo que traerá como consecuencia menos obras, menos servicios, menos bienestar.

Las críticas a la propuesta de Montecristi no se relacionan únicamente con ciertos detalles que, aunque importantes, son en realidad secundarios, tales como el de si el Congreso Nacional deberá o no aprobar el Estatuto Autonómico previamente votado por los ciudadanos, lo que sitúa a la voluntad popular por debajo de la voluntad de los congresistas. Total, si ya los soberanísimos se burlaron de los ecuatorianos cuando dieron el Golpe de Estado Constituyente, ¿por qué no habrían de seguirse burlando durante los próximos nueve años en que supuestamente se convertirá al Ecuador en país autonómico?

Las críticas son más profundas. Es tiempo de que los soberanísimos empiecen a llamar a las cosas por su nombre. Si su propuesta es el centralismo, ¿por qué le cambian de nombre?

La autonomía de la Soberanísima es una farsa, es un gran engaño.

¿Qué registro civil, qué aeropuerto, qué terminal terrestre, qué sistema de atención de salud  y qué sistema vial dependiente del Gobierno Central, por citar algunos ejemplos, mejoró los últimos años? Ninguno. La atención en los hospitales públicos sigue siendo un desastre; la educación pública da vergüenza, las carreteras están destrozadas; en definitiva, pese a que tenemos un sistema centralista ineficiente y asfixiante, los soberanísimos pretenden reinventar el centralismo y llamarlo autonomía.

En ese contexto, la construcción de un Estado Autonómico, como Estado intermedio entre el unitario y el federal y como sinónimo de distribución de poder político hacia el interior del territorio para beneficio de la gente, para que el poder esté más cerca de los ciudadanos y para que estos puedan vivir con dignidad, no forma parte de la agenda de Montecristi. Por el contrario, los soberanísimos propugnan simplemente un modelo de gestión administrativa que debilita a los municipios y prefecturas al viabilizar la conformación de gobiernos regionales cuyas competencias y recursos no se logran arrancándolas del Gobierno central sino de los gobiernos locales, lo cual demuestra que la Soberanísima propicia un sistema que bien puede ser calificado como de Neocentralista, lamentablemente con la complicidad de algUNOs y silencio de otros.