Ayer fue  el Día Internacional de la Lucha contra la Homofobia, pero en el país hay  centros que ofrecen “quitar” la homosexualidad con métodos extremos e ilegales. 

Desde encierros forzados, golpes, burlas e insultos hasta electricidad, fármacos, inyección de hormonas y manoseos. Estos métodos emplean algunas de las llamadas clínicas o centros de rehabilitación para, sin fundamentos científicos ni legales, intentar “curar” la homosexualidad por petición de los familiares de los internados. Hay también sitios donde basan el método en la oración.

En Ecuador funcionan 140 de estos lugares, pero solo 80 tienen permisos para atender a personas con problemas de drogadicción y alcoholismo. Ninguno para intentar  “quitar” la homosexualidad.
La misma  Dirección de Salud del Guayas advierte que no hay autorización para que funcionen centros que “corrijan estas conductas sexuales”.

Grupos GLBT (Gay, Lesbianas, Bisexuales y Transexuales) han atendido a personas que han sido internadas en estos centros y aseguran que la mayoría no denuncia por temor a sus padres o amenazas.

Publicidad

Ya quisieran algunas la figura de Chiqui. De facciones finas y cuerpo delicado, reúne ¬a cabalidad¬ las características que muchas imaginan  como el prototipo de mujer ideal. Y muchos también, claro, porque  admiradores no le han faltado. Pero  basta con leer su cédula de identidad para advertir que,  por más que hoy la llamen Chiqui por las calles, las leyes la reconocen como Pedro Luis Nieto Castro.

Asegura que desde los 6 años se definió  como  niña ¬hoy tiene 22¬ y  lo que para ella debía ser una infancia  llena de juegos y muñecas, se convirtió en una etapa de reproches y castigos. Pero todavía faltaba lo peor.

“Mi papá pagó $ 1.000 para que me encerraran en una clínica porque quería que cambie. Prácticamente me secuestraron cuatro hombres en la calle. Tenía mi cabello largo y, como ya me había ‘hormonizado’, me crecieron los senos. Me raparon. A mí y a tres homosexuales. Nos  encerraban en cuartos de menos de un metro de ancho. Tan pequeños que debíamos estar de pie, a oscuras y con moscas”.

Publicidad

Aunque se dice sana ¬“no fumo, no tomo, no me drogo”¬, su familia la  recluyó en el centro  Paraíso de Dios (km 8 de la vía Durán-Tambo), liderado por Jorge Flor, a quien los internos ¬algunos con años de reclusión  y, en su mayoría,  con problemas de alcoholismo y drogadicción¬ llaman “mi pastor”. Dice  que tiene otra “sucursal”  en Milagro.  

“Al  intentar escapar, me pegaron hasta romperme la nariz. Preguntaban si era hombre o mujer, nos bajaban el pantalón, nos tiraban agua entre las piernas y nos ponían cables pelados para pasarnos electricidad”.

Publicidad

Flor la desmiente y niega que  atienda a homosexuales. “Mire, son todos hombres”, asegura en medio de una especie de canchón que hace las veces de templo, mientras cuarenta personas escuchan “la palabra de Dios”.

Casos como este no tienen estadísticas oficiales, pero se repiten por decenas en el país con la intención de “curar” la homosexualidad, aunque sin fundamentos científicos ni legales.

En Ecuador funcionan  140 clínicas o centros de rehabilitación, pero solo 80 tienen permisos para atender  a drogadictos y alcohólicos.
Ninguno para intentar “curar” la homosexualidad. La razón es sencilla:  no es considerada  una enfermedad. La Asociación Americana de Psiquiatría la eliminó de su lista de patologías en 1973 y Ecuador la despenalizó hace diez años.

“No existe autorización para que funcionen clínicas que corrijan estas conductas sexuales porque no es una enfermedad, sino una elección. Es un engaño, una viveza criolla, eso implica que los profesionales no son serios”, comenta Patricia Castro, coordinadora de Vigilancia Sanitaria de la Dirección de Salud del Guayas e integrante de la comisión encargada de regular  a este tipo de establecimientos.

Publicidad

Las fundaciones Aequalitas y Famivida, que respaldan a grupos GLBT (gay, lesbianas, bisexuales y transexuales), han atendido casos de personas que han sido internadas en estos centros. Orlando Meléndez, director de Aequalitas, afirma que la mayoría no denuncia por temor   a sus padres o amenazas. “Han tenido que mentir (decir que  ya no son homosexuales) para poder salir de ese martirio”.  De hecho, ni en la Defensoría del Pueblo  ni en los juzgados hay  denuncias por este tema.

Estos centros también utilizan fármacos en sus “tratamientos”. “Me aplicaron hormonas que me cambiaban la voz. Nos ponían videos de hombres y, si acaso teníamos una erección, nos pegaban. Nos levantábamos a las 05:30 y, si no habíamos cometido alguna infracción, nos daban desayuno. Nos aplicaron descargas eléctricas en las partes íntimas y en las manos”.

El relato de Jorge ¬Jorge, a secas¬ hace referencia a un centro que, hasta hace dos años, operaba  cerca de la Caja del Seguro, en Guayaquil. Hoy tiene una pareja estable de su mismo sexo e  integra un grupo GLBT. Comenta que el centro era dirigido por hombres que se identificaban como “pastores” y, según recuerda, tocaban a los “pacientes” para verificar si, al no tener erección, ya  estaban “curados”.

Otros, en cambio, se han internado voluntariamente. Es el caso de una lesbiana de 20 años que aceptó recluirse  para “no hacer sufrir más” a su familia. Acudió junto con  su madre a lo que ella llama  Hogar de Jóvenes (Tulcán 1105 y Aguirre), dirigido por la doctora Eugenia Macías.

“Aunque nunca intenté escapar, me hacían tomar tres pastillas que me hacían dormir todo el día, aunque compañeros me contaban  que  sí estaba despierta, pero no  recuerdo casi nada. Al quinto día desperté en una clínica en La Libertad. No sé cómo me llevaron. Allí, a los que se portaban mal los encerraban  en un cuarto sin colchón. Mi mamá me mandaba maquillaje y vestidos. Cobraban $ 200 al mes”.

Al ser consultada, Macías dice que en su clínica solo trata a personas con problemas mentales, aunque eventualmente ha hospedado unos días a pacientes de su fallecido esposo. “Él tenía una clínica en La Libertad para drogadictos, pero  cerró cuando murió en febrero. A la final ha de haber  sido (que  estuvo aquí) para luego llevarla allá”, admite.

Hay lugares con métodos más tradicionales, donde atienden médicos y psicólogos. Nelson Quintero dirige un centro evangélico, en Samborondón Plaza, que brinda atención a personas que desean salir de la homosexualidad. “No se ofrece curación, sino sanación. La ayuda debe ser espiritual y profesional, pero no se debe encerrarlos”.

Estos sitios se presentan, mayoritariamente, como evangélicos, aunque los católicos también organizan cruzadas. Una de las más grandes del mundo es Courage (coraje) y, según su página web, tiene extensiones en México, Costa Rica y Ecuador.

El presidente de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana (CEE), Antonio Arregui, asegura no conocer a  esta congregación, aunque dice que  en Guayaquil se organiza un “grupo de ayuda”, liderado por un cura.

Justamente esta semana el asambleísta y pastor evangélico Balerio Estacio (PAIS) habló de las clínicas de rehabilitación en el pleno. Para él, el Estado, vía decreto o Asamblea, debe financiar centros manejados por iglesias. “Son demonios que entran al cuerpo. El ser natural no lo comprende, así sea psicólogo. No se puede hacer nada si no es desde el espíritu de Dios”, defiende sin profundizar porque “quien no cree, no entiende”.