La tolerancia, es decir, la capacidad de respetar “las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias” constituye una virtud que jamás debe estar ausente en quienes han recibido el complejo encargo de dirigir una nación. Su ausencia impide el diálogo abierto, fraterno y constructivo. Y desde luego, golpea a la esencia de la democracia, caracterizada por permitir, precisamente a través del pluralismo político, los acuerdos necesarios para que todos logren alcanzar el bienestar.

¿Ha dado muestras de tolerancia el presidente Rafael Correa en su última visita al Reino de España?

“Por idiotas como tú queda mal toda la comunidad ecuatoriana”, sentenció el Presidente a un migrante ecuatoriano residente en España durante su última visita a ese Reino. Tal demostración de intolerancia se produjo cuando, probablemente exteriorizando el profundo dolor que encarna el abandonar la patria, se pidió al Primer Mandatario que se preocupe más por los jóvenes. Tal vez ese migrante tenga familia en Ecuador. Tal vez hermanos menores o amigos aún adolescentes, para quienes no quiere su sufrimiento.

¿Mereció este ecuatoriano ser tratado de esta forma y ser llamado idiota por el Presidente por el solo hecho de reclamar atención para los jóvenes?

Creo que el Presidente se equivocó y que al hacerlo dio muestras de  carecer de tolerancia política, que jamás debe ser confundida con debilidad. Por el contrario, la tolerancia exige enormes dosis de generosidad y renuncia y un profundo alejamiento de fundamentalismos de cualquier tipo. Ser tolerante exige, además, una predisposición a abandonar los dogmas y a aprender de los demás, en el entendido de que en el ejercicio del poder no existe la infalibilidad.

Muestras de intolerancia también han estado presentes cuando el Presidente ridiculizó al movimiento político Pachakutik; situación parecida la encontramos cuando vejó a Alberto Acosta por su planteamiento frente a la protección del medioambiente. Lo mismo con los planteamientos autonomistas.

Estas muestras de intolerancia provocan un enorme fraccionamiento en la sociedad y polarizan a los ecuatorianos. Ninguna sociedad que progresa lo hace sin madurez política. Precisamente el mayor síntoma de esa madurez se presenta cuando las diversas visiones sobre la sociedad pueden ser discutidas con amplitud con miras a obtener los consensos, tan fundamentales para la construcción de un Estado democrático. Bien haría el presidente Correa en aprender sobre tolerancia y entender, por ejemplo, que el proceso español de distribución del poder, que permitió la construcción del Estado de las Autonomías, constituye un caso paradigmático en Europa. Ojalá Zapatero le haya expresado que España jamás sería lo que es hoy de no haber sido porque el pluralismo político y la tolerancia de quienes ejercieron el poder, liderados por Adolfo Suárez, hicieron posible la construcción de un Estado de convivencia en la diversidad. Ojalá haya entendido que autonomía no es separatismo y que las sociedades no progresan cuando se destruye el municipalismo y se fomenta el desorden y la informalidad.