“[...] El reflejo/ de tu cara ya es otro en el espejo/ y el día es un dudoso laberinto./ Somos los que se van. La numerosa/ nube que se deshace en el poniente/ es nuestra imagen. Incesantemente/ la rosa se convierte  en otra rosa./ Eres nube, eres mar, eres olvido./ Eres también aquello que has perdido”.

Personalmente, detesto el camino de la pérdida, pero en ciertas ocasiones no hay más remedio que encararlo. Recojo a continuación algunas historias sobre  el tema.

El sacrificio y la bendición
Un hombre prometió cargar una cruz hasta lo alto de un monte si se le concedía determinado deseo. Dios escuchó su petición, y entonces el hombre encargó que le hicieran una cruz y a continuación emprendió el camino. Pasados algunos días, le pareció que la cruz pesaba más de lo que esperaba y, con un serrucho que le prestaron, cortó buena parte de la madera. Al llegar a la cima vio que, separada por una quiebra en la tierra, había otra montaña.

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De  ese lado todo era paz y tranquilidad... pero le hacía falta un puente para llegar hasta allí. Quiso servirse de la cruz, pero resultó corta.

Y entonces se dio cuenta: el pedazo que había cortado era exactamente lo que faltaba para poder cruzar aquel abismo.

Otra historia sobre la cruz
En cierto pueblecito de Umbría (Italia), un hombre se quejaba de su suerte. Era cristiano, y encontraba su cruz demasiado pesada. Una noche, antes de dormir, rezó para que Dios le permitiese cambiar de fardo.

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Esta misma noche tuvo un sueño: el Señor lo conducía hasta un depósito. “Puedes hacer el cambio”, le decía luego. El hombre vio cruces de todos los tamaños y pesos, con los nombres de sus dueños. Escogió una cruz de tamaño medio pero, al ver que tenía grabado el nombre de un amigo, desistió de  ella. Finalmente, y  ya que Dios lo permitía, eligió la cruz más pequeña de todas. Para su gran sorpresa, en  esta estaba grabado su propio nombre.

El gurú de Mesure
Vivía en Mesure, India, un famoso gurú. Había conseguido reunir a un buen número de seguidores y había compartido generosamente su sabiduría.

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Aún era relativamente joven cuando contrajo la malaria. Pero continuaba cumpliendo religiosamente su ritual: bañarse por la mañana, dar clases al mediodía, y orar por las tardes, en el templo.

Cuando la fiebre y los temblores le impedían concentrarse, se quitaba la parte de arriba de la ropa y la  arrojaba a un rincón. Tal era su poder, que la ropa continuaba temblando, mientras que  el hombre, libre de las contracciones, podía realizar sus oraciones con calma.

Al final, volvía a vestirse con la misma ropa, y los síntomas reaparecían.
–¿Por qué no se deshace usted de una vez por todas de esta ropa y se libra de la enfermedad? –preguntó un periodista que presenció el milagro.

–Hacer con tranquilidad lo que tengo que hacer ya es una bendición –respondió el gurú. –El resto forma parte de la vida y sería cobarde no aceptarlo.

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