Los golpes e insultos no son los únicos síntomas de racismo. Los ecuatorianos, al igual que otros inmigrantes en España, sufren discriminación a diario, pero la mayoría calla y prefiere seguir trabajando en busca de un mejor futuro. Sin embargo, la agresión en el tren a la joven guayaquileña a manos de un español ha descicatrizado las heridas y surgen voces de protesta contra la xenofobia. Ayer varias manifestaciones se realizaron por esta causa en diferentes ciudades de España, organizadas por colectivos de migrantes de, sobre todo, ecuatorianos.

Pese a la exposición mediática ha quedado claro que el de la joven ecuatoriana no es un caso aislado, pues solo en el 2005 se registraron en España 612 hechos ofensivos contra inmigrantes, según las organizaciones SOS Racismo y Women’s Link Worldwide, muchos cometidos por cuerpos de seguridad.

El ataque a la joven ecuatoriana descicatriza las heridas del racismo en España. En el 2005, por ejemplo, se registraron 612 actos considerados ofensivos contra inmigrantes. Los blogs también son espacios en los que se refleja el rechazo a estos grupos.

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Las imágenes del ataque del español Sergi Martín a una joven ecuatoriana, de 17 años, en un tren de Barcelona (España) se repiten por televisión en diversos países del mundo. Se repiten también en la mente de ecuatorianos, colombianos, marroquíes, peruanos, bolivianos y de otras nacionalidades, muchos de los cuales dicen haber sido víctimas en suelo español de expresiones de racismo, de ofensas por ser inmigrantes.

La mayoría calló. Prefirió seguir trabajando, en busca de un mejor futuro. Pero el ataque del tren, descicatrizó las heridas; hizo que surja una voz de protesta y hasta motivó marchas o concentraciones en Barcelona, en Madrid, en Quito, en Asunción. Ha puesto a la xenofobia en el plano estelar actual en España.

Hay descontento porque –según las víctimas– los agresores no son sancionados. Estos siguen libres, como Sergi Martín, quien a pesar de las evidencias, como la filmación donde patea y golpea a la joven ecuatoriana, sigue caminando por las calles de su pueblo, tomando cerveza. Claro que al final del proceso este podría ingresar a prisión.

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Pero el caso de la joven ecuatoriana no es aislado. Son 612 los hechos ofensivos registrados en España mediante una investigación desarrollada en el 2005 por las organizaciones SOS Racismo y Women’s Link Worldwide. Las cifras constan en el informe ‘Acción contra la Discriminación’.

Constan, además, 158 denuncias tramitadas en el 2006 por SOS Racisme Catalunya. Lo más lamentable, según sus directivos, es que 44 de estos hechos implican a cuerpos de seguridad que operan en esta comunidad, cuya capital es Barcelona. Hay más precisión: el 54% de estas quejas apunta hacia los Mossos d’Escuadra (Policía Autonómica Catalana).

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Estos datos están consignados en el Anuario de la Oficina de Información y Denuncias de SOS Racisme que, aunque fue editado el 21 de marzo, ha salido a la luz ahora.

De los 44 inmigrantes que denunciaron a miembros de cuerpos de seguridad, 33 señalaron que recibieron insultos y agresiones físicas, en su mayoría dentro de las comisarías, según SOS Racisme. El perfil del policía agresor es el mismo: cuando se percata que la persona es extranjera, solicita la documentación de forma prepotente, provocando la reacción del afectado. Es ahí cuando se desencadena la agresión o el abuso.

Es el caso del ecuatoriano Juan Barros G. (identidad protegida), que vivió su particular infierno la madrugada del 23 de octubre del 2004, en Barcelona. Había salido a cenar junto a su cuñada, su cuñado y una amiga, en una noche que parecía de las más normales. Sin embargo, todo se torció al volver a casa.

El grupo caminaba por las inmediaciones del parque la Ciudadela, centro norte de Barcelona, cuando Barros vio un patrullero circulando en contravía. “Alcé un brazo para indicarles que iban mal, que se habían equivocado, pero el patrullero siguió su camino. Es más, creí que no me habían visto”. Pero no fue así, los policías dieron vuelta y los interceptaron.

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“Ya fuera del vehículo, se acercaron para solicitarnos, de mala manera, los documentos. Obviamente, yo les pregunté por qué querían mis papeles, y fue en ese momento cuando uno de ellos lo tiró al suelo a mi cuñado y lo esposó. Entonces reaccioné e intenté defenderle, pero también me redujeron”, relata.

Con los dos hombres en el suelo  esposados, las dos mujeres se rebelaron, para evitar que Barros y su cuñado sean detenid. Los policías trataban por todos los medios de quitarse de encima a las mujeres, cuyas lágrimas no los conmovieron.

Barros, desde el suelo, gritaba que las dejen en paz. Uno de los policías decidió pedir apoyo por la radio y, en un par de minutos, dos patrullas llegaban al lugar. Los agentes controlaron a las mujeres, que miraron impotentes cómo Barros y su cuñado –de nacionalidad francesa– eran llevados detenidos.

En la patrulla, dice Barros, empezaron los insultos. “Me dijeron que soy un inmigrante, que me vuelva a mi país. Fui vejado y maltratado psicológicamente. Se comenzaron a reír de nosotros y nunca nos explicaron por qué nos habían detenido. Lo único que dijeron es que perseguían a un grupo de ladrones marroquíes”, recuerda Barros.

Los trasladaron hasta la Verneda, la denominada cárcel de los inmigrantes extracomunitarios. Ahí los interrogaron. Uno de los policías –agrega Barros– continuaba con las sonrisas y los malos modales. Cuando le pidió respeto, lo estrelló contra una puerta de metal. “Yo seguía esposado, sin poder hacer nada”.

Luego, Barros ocupaba una celda de 4 m², donde estaban un argelino y un marroquí acusados de robo.  “Estaba asustado... Me tuvieron encerrado 36 horas, hasta que me sacaron para llevarme al juzgado, amenazándome de que si no tenía papeles, me iba a enterrar. Por suerte, yo tenía los documentos en regla”.

En el juzgado se reencontró con su cuñado, a quien le habían presentado –junto a un grupo de presuntos antisociales– en una rueda de reconocimiento para que unas víctimas identifiquen a sus asaltantes.

El juez de la causa los acusó de faltar a la autoridad y condenó a que cada uno pague 800 euros de indemnización a los agentes, “por daños psicológicos”.

Barros denunció su caso a SOS Racisme, que le ayudó a apelar la decisión judicial. Sin embargo, en el juicio solo permitieron hablar al policía que lo detuvo, a aquel que tiene 20 años de servicio, quien, prácticamente llorando, según testimonia Barros, le dijo al juez que estaba con traumas psicológicos porque Barros se autolesionaba, lanzándose contra puertas y paredes. “A mí no me dieron la palabra, y me quedé impotente. Sentí que por segunda vez era víctima de una injusticia, solo por ser extranjero. Ni siquiera consideraron los exámenes forenses, que demuestran que fui agredido”.

Además de los abusos policiales, la población inmigrante de la comunidad de Cataluña también sufre de discrimen y agresiones de vecinos españoles. De las 158 denuncias, el 18% corresponde a estos casos.

José Vera, presidente de la Asociación de Ecuatorianos en Cataluña, teme que los brotes xenófobos se extiendan. Relata que horas después de que se hiciese público el vídeo de la agresión en los Ferrocarriles Catalanes, desconocidos rompieron el rótulo de la puerta del Casal Ecuatoriano de Cataluña.

“Puede ser una coincidencia, pero ya ocurrió otra vez”, dice Vera, tras recordar que la madrugada del 28 de julio del 2006 el local sufrió una ataque.

La Asociación de Ecuatorianos en Cataluña llevaba apenas dos meses de funcionar en aquel lugar. Sus miembros se habían afanado en decorarlo. El 27 de julio colocaron el rótulo y, en la noche, todos se despidieron sin presagiar lo que sucedería. Al otro día, la secretaria de la Asociación se encontró con el rótulo y la puerta dañados y pintados con leyendas racistas como “Fuera cuates”.

“La Policía investigó el caso pero al final nunca se supo quién o quiénes fueron los autores del hecho”, explica Vera.

La preocupación se incrementa porque el racismo se filtra por todos los resquicios e incluso por los programas de televisión. “Estoy aquí saludando a un niñito, pues, indígena, de allá que te has venido...”, le dijo un reportero del programa Caiga quien Caiga, uno de los más vistos de España, a un menor ecuatoriano que participaba junto con su familia en el desfile del Día de la Hispanidad, el 12 de octubre, en Madrid.

La frase, de por sí peyorativa, no causó ningún impacto. Solo Ferran Monegal, un reconocido periodista y crítico de televisión, se atrevió a cuestionarla públicamente. “Por qué un reportero tiene que decirle a un niño: ¡eh!, tú, indígena... Estoy seguro que eso no se lo dice a un cubano alto y con manos grandes”.

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En internet varios foros y blogs expresan mensajes en los que a los inmigrantes se los trata de gentuza.