No recuerdo si el asesor jurídico del presidente Rafael Correa, Alexis Mera, ya asesoraba al entonces alcalde Febres-Cordero; quizás salió un poco antes o un poco después, pero sí es seguro que nunca repudió esa línea de conducta.

Ese gesto demostró que los intentos de dividir a los ecuatorianos no son solo de ahora ni de este Gobierno. Nacieron muy atrás, incentivados por la vieja dirigencia política, sobre todo del Partido Social Cristiano, que supo aplicar la vieja máxima: divide y vencerás.

Afortunadamente, esas actitudes extremistas merecieron el repudio de algunos guayaquileños. No me refiero al Gobernador, ni al Director Ejecutivo de la CTG, ni a casi ninguno de los guayaquileños que hoy conforman este Gobierno, que guardaron un cómodo silencio, sino a algunos periodistas y dirigentes políticos que, sin dejar de defender a su ciudad, reafirmaron su firme compromiso con la unidad nacional, incluso al costo de ser perseguidos por las mafias políticas.

Una década después el gesto se ha repetido en el transcurso de un acto convocado en la península de Santa Elena para supuestamente “defender” a los peninsulares y dizque enfrentar a la “oligarquía guayaquileña”.

La bandera que se quemó e injurió esta vez fue la de Guayaquil. Alguien dirá que Ricardo Patiño –cabeza visible de ese acto– no dio la orden; pero Febres-Cordero tampoco supo lo que los exaltados pensaban hacer, y sin embargo, ambos hechos son comparables, porque el objetivo era el mismo: dividir al pueblo ecuatoriano en dos bandos, para que un sector de las oligarquías se beneficie.

Esta no es una pelea contra la Junta Cívica y las cámaras de la producción, no nos engañemos. Si así fuese, no habría pelucones en el Gobierno y podemos ver que están en todos los cargos. Si han dividido a la provincia del Guayas, si han intervenido a la Comisión de Tránsito y si están a punto de meterle mano al aeropuerto, es solo como pretexto para ponernos a unos ecuatorianos contra otros, y que así la nueva oligarquía siga gobernando sin control ni fiscalización.

Hoy como entonces, algunos periodistas y dirigentes políticos han denunciado lo que sucede; pero la inmensa mayoría de ecuatorianos cree con gestos así se acabará con las injusticias. Habrá que esperar pues con paciencia. Pero no será por mucho tiempo. Porque si en aquella ocasión defendimos el honor de la bandera de Pichincha, hoy también, en algún momento, el pueblo todo levantará del fango los símbolos de Guayaquil y rechazará a los nuevos quemadores de banderas, reclamándoles que cumplan con lo que sí importa: solución a los problemas de las grandes mayorías, que sufren por igual en todos los rincones de la patria.