Habiendo visitado Puerto Santa Ana en calidad de mirón, pues ya no estoy para meterme en cambios domiciliarios ni en deudas, noté con admiración el respeto demostrado por los promotores para no distorsionar la arquitectura de las últimas villas de Las Peñas, de cemento y construidas en los años veinte; de manera que el paso entre ambos barrios no se sienta por la continuidad de estilos.

Puerto Santa Ana ha rehabilitado un tramo de la orilla que siempre estuvo descuidado y hoy luce como un pedazo sacado de Londres o del southeast de Nueva York, por su callecita estrecha en medio de edificios grandes y modernos, que –para aquellos que lo han olvidado– es el histórico, antiguo y famoso “Camino de la Fuga” que salvó en varias ocasiones a los guayaquileños del siglo XVII, del ataque de los piratas.

Cuando  era muchacho y me escapaba con mis compañeritos del colegio San José La Salle a recoger hobos o ciruelas del cerro, nos gustaba atravesar el Camino de la Fuga hasta dar con la antigua casa de madera de la Atarazana, sus establos y lecherías, y observar cómo las vacas pastaban mansamente por esos contornos. Entonces el camino estaba abierto al tráfico peatonal, luego fue cerrado por la Cervecería. Me alegra mucho que se lo haya abierto, remodelado y embellecido por manos del señor Alcalde.

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Rodolfo Pérez Pimentel,
cronista vitalicio de Guayaquil