Solo se puede cosechar lo que se siembra. Lo digo en tiempos de cosecha electoral. Cuando faltando muy poco para la determinación numérica exacta, aunque sin mayores variantes, de cada bloque legislativo, ya se conoce cómo será la composición política del próximo Congreso Nacional. Cuando también se conoce quiénes son los dos  finalistas entre los que tendremos necesariamente que escoger al próximo Presidente Constitucional de la República, junto al Vicepresidente y eventual sucesor con el que hace binomio. E igualmente  ya se conocen las primeras encuestas de intención del voto en esta segunda y definitiva vuelta electoral presidencial que decurre. Pues bien, con tales conocimientos examinemos, aunque sea someramente, lo que se ha sembrado, lo que ya se ha cosechado y lo que podría más adelante cosecharse al respecto.

Notemos que uno de los dos finalistas a la presidencia apostó de entrada al todo o nada.  A todo el poder, mediante el subterfugio de una serie de convocatorias inconstitucionales que se comprometió a hacer, para disponer de una Asamblea Constituyente cuya nueva e ignota forma de elección manipularía revolucionariamente, justo a su medida. Apostó a gobernar sin el Congreso Nacional que los ciudadanos íbamos a elegir, pues la Asamblea Constituyente lo anularía de hecho. Por eso no presentó su movimiento candidatos a diputados y pidió a los ciudadanos  –cansados de la llamada partidocracia– boicotear la elección del Congreso votando nulo. Apostó al todo o nada. Y perdió por lo pronto su acceso al próximo Congreso Nacional, cuya composición ya sabemos que le sería abrumadoramente adversa. Ha cosechado lo que sembró.

¿No estaba eso dentro de su cálculo de posibilidades? Sin duda que sí. Pero también estaba, coherente con su política del todo o nada, la de ganar la presidencia de la República en una sola vuelta. O, a lo menos, ganar el primer lugar como finalista de la primera vuelta, con amplia ventaja sobre su inmediato seguidor. Con esa popularidad avasallante podría imponer mejor sus designios. Pero en esto también perdió. Su alegato anticipado de fraude si no ganaba en una sola vuelta, primero, y si no ocupaba el primer lugar entre los finalistas a la segunda vuelta, después, ya no se lo cree ni él mismo. Porque ahora que las primeras encuestas de intención del voto concuerdan en que va perdiendo con un buen margen en la segunda vuelta, lo que alega es que están empates ambos finalistas con el 40% cada uno. ¿Quién se lo cree? Está cosechando lo que sembró.

Sin embargo, la última palabra no está dicha. Aún falta un mes para saber quién ganará finalmente la Presidencia. Hay tantos imponderables, no obstante los indicadores de este preciso momento. Pero cualesquiera que gane, ¿cómo gobernará? En una república democrática, por más presidencialista que sea, el Presidente tiene que actuar dentro de sus funciones, interactivamente con el Congreso Nacional. Pero ya sabemos que solo uno de los dos postulantes podría hacerlo así, dependiendo de su sagacidad política y del dialogante patriotismo de él y de todos, que ojalá se dieran en procura del bien común. Mientras el otro aspirante, el del todo o nada, por más que ahora quiera diluir u ocultar su postulado electoral básico desde la primera vuelta, parece que solo podría gobernar anulando al Congreso Nacional, mediante la ruptura del estado de Derecho, bajo el subterfugio seudojurídico-político que proclamó desde la primera vuelta.

Es que solo se puede cosechar lo que se siembra. Una verdad de Perogrullo que siempre deberíamos  tener presente los electores. Y también los que aspiran a ser elegidos, no solo para ganar sino para poder gobernar y servir a todos los ecuatorianos, sin distingos maniqueos.