Si no me equivoco fue el español Felipe González –cabeza de uno de los partidos políticos más enraizados de Europa– el que dijo alguna vez que prefería diez minutos de televisión antes que diez mil nuevos afiliados a su partido. La primera vez que yo recuerde que eso se hizo carne en Ecuador fue cuando Asaad Bucaram –cabeza de uno de los partidos con mayor raigambre en nuestro medio– volvió del destierro en 1972.
Velasco Ibarra, en el poder, seguía creyendo el pobrecito que si le daban un balcón tendría al pueblo en la palma de la mano. Pero los tiempos habían cambiado y el chueco Bucaram, que nunca brilló en una tarima, era un maestro mefistofélico de los medios. Sus demagógicas intervenciones en el único canal que existía en Guayaquil, canal 4, eran demoledoras, sobre todo cuando se burlaba de la derecha política, que lo quiso marginar de la siguiente contienda electoral, que nunca se produjo.

Cuando retornamos a la democracia, la televisión política volvió por sus fueros, pero lentamente. Jaime Roldós, que era un extraordinario orador en la tribuna, se deslucía en la pantalla chica; y casi ninguno de los presidentes que lo siguieron supo moverse con total soltura ante las cámaras, con la excepción notable de Abdalá Bucaram y la menos impactante de León Febres-Cordero.

Esta falta de habilidad para desenvolverse en el set se repite en esta campaña. En el debate en Ecuavisa, ninguno de los candidatos miraba directo a la cámara, como recomienda cualquier manual barato de cómo ganar una elección. Rafael Correa, el más carismático, hace discursos que se pasan por televisión, pero no habla para la televisión. Los demás, ni se diga. Quizás ustedes consideren que exagero, pero qué quieren, a veces extraño a Asaad Bucaram; al menos me hacía reír.

Aun así, sin ser demasiado hábiles para los medios, resulta que los que encabezan las preferencias electorales tampoco pertenecen a un gran partido. No usan bien los diez minutos de televisión que pedía Felipe González, pero tampoco tienen diez mil militantes (¡vamos, ni mil!) que se parezcan a los del PSOE de González. Si a León Roldós le fue bien hasta ahora no es gracias a la ID sino a pesar de su vergonzoso matrimonio con la ID. El Prian de Álvaro Noboa no es un partido sino un eficiente equipo de campaña contratado. Y Correa es el outsider típico: no lo rodea nadie, no lo aconseja nadie.

Aun así, es muy probable que uno de ellos sea nuestro próximo gobernante. Y es que para decidir el voto para Presidente muchos ciudadanos todavía quieren la bolsita de arroz, la camiseta y el candidato carismático, pero todos (o casi todos) quieren antes que nada dejar en claro que están hasta la coronilla de los viejos partidos.
En las elecciones pasadas, los tres candidatos con mayor votación no pertenecían a ninguno de los partidos tradicionales, y las encuestas han anunciado lo mismo para esta ocasión. El meteorito que extinguió  los dinosaurios caerá de nuevo este 15 de octubre.

Este fenómeno paradójico no se repetirá para siempre. Si en esta elección comienza a surgir una nueva generación de dirigentes políticos (buena o mala, mejor o peor, todavía no lo sé), y se acentúa la debacle de las viejas agrupaciones, entonces habrá que construir nuevos partidos (ojalá que democráticos) y los próximos candidatos tendrán que desempolvar el manual de medios que esta vez dejaron olvidado en el velador.