Como recordar es volver a vivir, en este 2006, año de elecciones, retrato en esta crónica a dos personajes que quijotescamente incursionaron en la política. Ellos son Eusebio Macías que hacía campaña a bordo de su bicicleta y Eloy Ortega, un astrónomo que pronosticaba terremotos y fabricaba lluvias.

En bicicleta
Eusebio Macías fue conocido como contador profesional, rector propietario de un colegio particular y poeta bohemio, pero su popularidad residía en su peculiar manera de participar en la política.

Eusebio Macías Suárez (Balzar, 1913) de origen humilde, trigueño y zambo, se lanzó de candidato a la presidencia para las elecciones del 3 de junio de 1956. Era la época en que Carlos Guevara Moreno, el capitán del pueblo, iniciaba el populismo en la política ecuatoriana.

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Eusebio fue fundador del “Partido de la Menestra”, su programa de gobierno era “cibernético” y “sicodélico”.

Realizaba su campaña electoral recorriendo las calles en su bicicleta y cuando viajaba a Quito en bus, en la estación, la bajaba del techo y pedaleaba por la capital.

Eran otros tiempos, 50 años atrás los políticos tradicionales no andaban en bicicleta como ahora.

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En esas elecciones con 178.424 votos triunfó el doctor Camilo Ponce Enríquez que gobernó hasta 1960. Eusebio Macías obtuvo tan solo 469 votos. Se quedó más que tubo bajo.

A criterio del historiador Alejandro Guerra Cáceres, la candidatura de Eusebio sirvió para ridiculizar al sistema electoral vigente y a las prácticas de los políticos demagogos de siempre. Su origen de clase humilde fue un fuerte contraste frente a los candidatos de etiqueta y aspecto aristocrático, pero también con una buena dosis de sangre negra, indígena y montubia. Ecuador es un país mestizo.

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Dos años más tarde, Eusebio volvió al ruedo electoral y en votación popular fue elegido concejal principal del Cabildo de Guayaquil. Guerra Cáceres cree que ideológicamente Macías debió ser, un tanto, desubicado, pero tenía sus seguidores porque fue concejal. En la Municipalidad de Guayaquil fue una figura muy polémica. Después fue destituido acusado de cobros indebidos.

Lo cierto es que siempre será recordado por su poema Historia de Amor que se convirtió en el pasillo Olga, con música de Custodio Sánchez y en voz del idolatrado Julio Jaramillo.

Recordemos esos versos: “Olga se llamó la ingrata/ que en mi vida hallé/ a ella con fe y con locura/ fue a quien más amé/ pero tan impío/ el destino mío/ que me la quitó/ y ella despiadada/ sin tener consuelo/ no me dijo adiós”.

Es en 1979 cuando confluyen estos dos personajes, al formar binomio en las elecciones presidenciales. Pero en ese retorno a la democracia, después de la dictadura, triunfaron Jaime Roldós y Osvaldo Hurtado. Los sueños políticos de Eusebio Macías y Eloy Ortega solo alimentaron el anecdotario de la picaresca guayaquileña.

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Fabricante de lluvias
Ocupémonos ahora del astrónomo que convirtió la azotea de su casa en observatorio. Señor que vestía de sombrero jipijapa, terno blanco y bastón. Forjador de lluvias, científico acusado de loco y brujo.

Eloy Ortega Soto (Guayaquil, 1900). Desde niño sintió atracción por la astronomía. Su padre tenía una pequeña librería en los portales de Aguirre y Malecón. Ahí, a los 8 años, encontró libros de astronomía y quedó deslumbrado por esa ciencia. Su padre fomentó dicho interés con más textos científicos y novelas de Julio Verne.

En Quito instaló un estudio fotográfico, conoció a la que sería su esposa y estudió, durante siete años, en el Observatorio Astronómico García Moreno. Así, después de observar y fotografiar unas manchas que como islas atravesaban al sol, estableció una relación entre estas y los fenómenos que se producían en la Tierra. Nace su Teoría de las Manchas Solares. Según Ortega, esas manchas afectan climática, magnética, biológica y sicológicamente a nuestro planeta. El hombre, a través de la actividad magnética de las manchas solares, sufre perturbaciones patológicas, ataques de gota, reuma, dolores de cabeza, ataques de histeria y locura.

Dos veces pronosticó temblores y terremotos, uno fue el ocurrido el 7 de agosto de 1928 con epicentro en el Valle de los Chillos. El tercero lo anunció en diario El Comercio, pero los técnicos del Observatorio lo tildaron de loco.

El terremoto ocurrió y los damnificados asaltaron el Observatorio, su director, el alemán Juan Odermayer, para salvar su vida y honra, acusó a Ortega de brujo.

En 1947 publicó su Teoría del Sol frío, años después dos libros más. Durante 25 años, publicó y distribuyó personalmente el Almanaque Ortega (versión criolla del Almanaque Bristol) que era indispensable en el sector rural porque contenía las predicciones del estado del tiempo, los días propicios para la siembra y la pesca, las fases de la luna en todo el año, los eclipses de sol y luna, el santoral, etcétera.

Para los agricultores era El hombre que fabrica lluvias porque en tiempos de sequía, lo buscaban en su domicilio de Eloy Alfaro y Manabí para que salvara sus cosechas. Ortega provocaba precipitaciones bombardeando a las nubes con nitrato de plata, yoduro de potasio, cromo y otras sustancias secretas.

La primera vez que incursionó en política fue en 1970 como candidato a la alcaldía de Guayaquil, apoyado por las Fuerzas Independientes No comprometidas. Fue electo Francisco Huerta Montalvo. Ortega obtuvo una votación de 2.656 sufragios. En esas mismas elecciones, intervino como candidato a Diputado Provincial por la Lista F, el profesor Eusebio Macías Suárez, fundador y líder del Movimiento Cerrenista, Sicodélico y Cibernético.

Él mismo pintaba sus consignas en los muros movilizándose en su vieja bicicleta. En una ocasión, sus detractores lo lanzaron, a viva fuerza, en las afueras del Hospital Psiquiátrico Lorenzo Ponce. A don Eloy, en 1978, unos ladrones le robaron sus telescopios de la azotea.

Ortega Soto murió en marzo de 1987: sin realizar su sueño de fundar una Escuela de Astronomía, sin casa propia y pobre como todos los soñadores. Desconozco los últimos datos del desaparecido Eusebio Macías. Lo cierto es que ambos forman parte de esa galería de personajes, muy nuestros, que no hay que olvidar.

A los que hay que darles las espaldas, para que cambien o mueran en el intento, es a los políticos actuales.