No me gustaría simplemente abandonar Iraq. Aunque he dicho que esta fue una guerra selectiva, no necesaria, hacer bien las cosas ahora es una necesidad y no una opción para Estados Unidos y para toda la región.

Madeleine Albright fue secretaria de Estado de Estados Unidos en el segundo periodo del ex presidente Bill Clinton. Conversó con Nathan Gardels, editor de Global Viewpoint, a fines de agosto en Nueva York.

Pregunta: Tres años después de la invasión norteamericana a Iraq, se discute una nueva constitución que propone varios aspectos de una democracia liberal, especialmente si el Shari’a (la ley islámica) suplantará al código civil seglar con respecto a la mujer, y que sugiere una holgada estructura federal para el sur, lo que hará más real el temor de una desestabilizadora “creciente chiita” que se extienda desde Teherán.

Con seguridad, la situación no es como la que imaginaron los neoconservadores de la administración Bush, cuando pensaron que podrían reformar con métodos militares el Medio Oriente a imagen de Estados Unidos.
Respuesta: Por lo que vemos ahora, Iraq claramente no va en la dirección que pensó la administración Bush. Y eso es cierto en todo sentido. No se encontraron armas para la destrucción masiva. No fuimos recibidos como liberadores. El petróleo no fluye. La insurgencia se ha intensificado. Las relaciones con Irán son más estrechas de lo que desea Estados Unidos. Sí, me preocupa que los derechos de las mujeres sufran un revés. Me preocupa que el Shari’a se convierta en “la” fuente de la ley iraquí, no en “una” fuente. Me preocupa la posibilidad de que se deshaga la integridad territorial de Iraq.

En suma, nada es como se prometió que sería como resultado de una intervención militar.

Pero no me gustaría simplemente abandonar Iraq. Aunque he dicho que esta fue una guerra selectiva, no necesaria, hacer bien las cosas ahora es una necesidad y no una opción para Estados Unidos y para toda la región. No podemos declarar muerto todo ese esfuerzo.

P: A tres años de iniciada, la guerra de Bush se ha hecho agria. ¿Qué nos dice de “la guerra de Madeleine” en Kosovo? Casi después de cinco años del bombardeo de la OTAN en Serbia, ¿cómo están las cosas en Kosovo, donde usted estuvo de visita recientemente?
R: El vaso está medio vacío y medio lleno. Fue “nuestra” guerra en el sentido de que tanto el presidente Clinton como yo creímos firmemente que debíamos utilizar el poder norteamericano para acabar con la purificación étnica y asegurarnos de que los refugiados kosovares musulmanes pudieran regresar a sus hogares. Eso se logró.

Lo que no se ha logrado es una determinación final de cuál será el estatus de Kosovo, como parte de Serbia o como un estado independiente. Desafortunadamente, no estuvimos al mando lo suficiente para conseguir eso. Una administración de Al Gore seguramente lo habría hecho. Al final, tanto Estados Unidos como la comunidad internacional le dieron a Kosovo una jerarquía menor por atender otras cuestiones.

La lección aquí, como en Iraq, es que las cosas no ocurren como se planean. Los norteamericanos, que nunca fuimos una potencia colonial, siempre queremos que las cosas se solucionen con rapidez para seguir avanzando. Pero los procesos políticos son orgánicos; tienen muchos recovecos y altibajos.

P: El objetivo norteamericano tanto en Iraq como en Kosovo fue tratar de forzar la creación de un estado multiétnico, multirreligioso a través del poderío militar. Parece que resultó algo muy difícil de lograr.
R: Los objetivos norteamericanos en Iraq y en Kosovo fueron muy diferentes. El objetivo declarado por el presidente George Bush ha cambiado con frecuencia. Primero era derrocar a Saddam y eliminar las armas para la destrucción masiva. Después fue crear una democracia en el Medio Oriente y avanzar en los derechos de la mujer y otros sectores. Ahora parece ser solo apagar la insurgencia y buscar una estabilidad mínima.

En Kosovo, nuestro objetivo era manifiestamente claro y consistente. Tratábamos de salvar gente que estaba siendo eliminada por razones étnicas. El poderío militar pudo lograrlo. Pero la fuerza militar no puede hacer que la gente tenga la constitución adecuada ni estructuras políticas liberales. Para ello se necesitan tiempo y esfuerzo.

P: El ex director de la CIA John Deutsche ha criticado a los “halcones humanitarios” tanto de las administraciones Bush como Clinton, diciendo que Estados Unidos debe retirarse a una política realista de proteger el interés nacional y dejar de intentar la ingeniería social de otras sociedades. ¿Usted acepta ese punto de vista?
R: No estoy de acuerdo. Hay una diferencia entre la política de prevención de Bush y el “deber de proteger” o la “responsabilidad de prevenir” que yo propongo. Lo que hicimos en Kosovo fue una tarea humanitaria. Y desearía haber hecho más para evitar la purificación étnica que ocurrió allá y en Bosnia.

P: ¿Qué lecciones puede extraer usted sobre los límites y posibilidades del poderío norteamericano viendo hacia atrás las consecuencias de la intervención en Kosovo y ahora en Iraq?
R: No puede haber una norma que diga que Estados Unidos nunca deberá utilizar la fuerza. Creo firmemente que el poderío militar norteamericano debe utilizarse para ayudar a aquellos que están siendo amenazados por la purificación étnica. Aunque también me opongo a la idea de que Estados Unidos deba siempre utilizar la fuerza como primer recurso para resolver los conflictos o desviar las amenazas.

De hecho, uno de los principales problemas de la política Bush es que no es unilateral, sino unidimensional. Todo se lo ve a través del prisma del poderío militar y vinculado con el 11 de septiembre como si no hubiera otra cosa en el mundo.

P: ¿No está también la cuestión de dar continuidad y seguimiento a largo plazo después de una intervención militar?
R: En eso estoy de acuerdo con George Bush: este es un trabajo difícil. Los norteamericanos son gente proactiva. Nos gusta hacer listas de tareas para luego ver que se cumplan de inmediato. Pero no creo que las cosas ocurran con tal rapidez. Se necesita cuidado y atención de que el drama ya ha concluido.

Se necesita trabajo duro. Aquí estoy en desacuerdo con los argumentos de gente como John Deutsche, quienes dicen que simplemente no debemos involucrarnos. Ello menosprecia la importancia del papel de Estados Unidos en el mundo. Este es un país excepcional que posee un poder enorme para hacer cosas buenas. Y debemos actuar cuando sea necesario porque nadie más puede hacerlo con el mismo impacto.

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