Ricardo Angulo, un colombiano de 42 años y con tres hijos, expresa que el 12 de enero del 2002 se paralizó su vida y perdió tres años de ella cuando  decidió ir a pagar el rescate de su padre, secuestrado 23 días por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

Siguió las instrucciones y al llegar al lugar se preguntaba qué pasará. En medio de los árboles salió una mujer mayor de imagen sumisa y sufrida. Al acercársele le dijo: “Entonces qué, huevón, ¿cumplió lo acordado? Al rato vio la figura desgastada de su padre, acompañado de dos hombres.

No pudo abrazarlo porque antes de que se acerque corrieron hacia él y exclamaron: “Se acabó la novela, ahora usted se va con nosotros y ese viejo enfermo que se largue”.

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Desde entonces transcurrieron casi tres años de calvario secuestrado. No vivió el desarrollo de sus hijos y aprendió a convivir “con su nueva familia”.

Afuera, su mujer que nunca había trabajado le tocó hacerlo, su familia se desintegraba. Su hija Andrea tuvo que trabajar siendo menor para ayudar a su mamá. Su hijo Daniel estaba retraído y el menor, Richie se recostaba detrás de un armario llorando hasta dormirse.

Al principio recibía mensajes de su familia, su padre siempre ausente y sus hermanos se olvidaron. Poco a poco los mensajes eran más espaciados.

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Intentó suicidarse pero se cayó y solo se luxó el tobillo. Lo castigaron “en el hueco” por tres días sin comer ni ver la luz, solo agua y naranjas podridas, haciendo sus necesidades a un lado del lugar donde podía dormir.

Ahora, como ex secuestrado, sin familia y sin recursos, no esperaba mucho de su padre, jamás ayudó a mis hijos, subsistieron de la caridad y del trabajo de mi hija y su mamá.

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Lo liberaron en diciembre del 2004.

Su padre nunca pagó porque espera el Acuerdo Humanitario. “Por él podrido estuviera, por él tengo una familia desintegrada, mi alma llena de rencores, una hija con un embarazo de un desconocido, con mi mujer que no me soporta y me recrimina las mañas aprendidas, por mis hijos que me desconocen como autoridad, por ser un desempleado. El resto me rechaza por ser un desquiciado afectado por la violencia de este país”, lamenta.

“Espero la muerte como el más preciado regalo, con un cáncer del alma y del colon también, será cuestión de días. Quiero morir creyendo una vida donde haya ángeles; no quiero llevarme el recuerdo de una familia, ni de una esposa, ni de mis hijos, y mucho menos de que un día fui víctima de un secuestro”, expresa.