Al final de un oscuro callejón en una loma de Suba, un alejado barrio de Bogotá, se halla la casa de Florinda Farfán, madre de Yulie Yesenia Chacón, una menor secuestrada cuando salía de su escuela ubicada a una cuadra de su casa, en 1996.

En la sala de esa vivienda destaca un cuadro con el rostro de una bella mujer derramando lágrimas al mar mientras abajo de ella fuertes olas y una tormenta destrozan una pequeña canoa varada sobre las rocas de la orilla.

Ese cuadro refleja lo que ha vivido luego del secuestro de su hija, dice la mujer.
Florinda Farfán durante los últimos nueve años, todos los días sin fallar nunca, aclara, reparte hojas volantes con los datos y fotos de la menor con la esperanza de que alguien dé pistas sobre su paradero.

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Ella ha enfrentado situaciones duras como las de ir en repetidas ocasiones a las morgues a reconocer cadáveres de otras menores que en Colombia han sido halladas sin identificar. Su búsqueda también ha incluido hospitales, pueblos y ha hecho “guardias” en lugares donde supuestamente podía estar su hija.

Pese a las decepciones que ha enfrentado, cuenta que no pierde la esperanza de localizarla.

El diálogo con ella se interrumpe ante las lágrimas que evidencian su dolor. Luego de la pausa asegura que no tendrá más hijos para evitar la zozobra de no saber cómo están al dejarlos solos.

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“En este país nadie hace algo por detener tanta inseguridad con los niños, sin embargo se gastan millones en otras cosas”, reclama mientras trata de disimular sus lágrimas.

Su vehemencia para tratar de recuperar a su hija la ha impulsado a enviar cartas a cada uno de los presidentes colombianos desde el día en que se perdió Yulie, el pasado 20 de febrero de 1996; lo mismo a las primeras damas y a diputados responsables de legislar a favor de los menores.

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Además trata de ayudar a otros padres que enfrentan igual situación a la de ella, para evitarles lo que ella en vano trató al aflojarse la cuerda que utilizó: el suicidio.

También se ha convertido en una activista que participa en campañas para insistir a las entidades estatales que consideren al secuestro de menores como uno de los más graves actos delictivos en su país.

En eso, como para corroborar lo que dice, se levanta y pide que la acompañe hasta el área que ella más protege en su casa, el cuarto de su hija, donde se hallan pancartas con los datos e imágenes de su hija que las utiliza en cada jornada de reclamo.

Una elegante muñeca y Guri Guri, un peluche gigante, ocupan la cama de una plaza bien tendida que la mantiene así, al igual que la ropa, en espera de su hija.

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En aquel dormitorio, intacto con los detalles que dejó su hija, destaca una repisa llena de objetos que demuestran la lucha por localizar a esta víctima del secuestro: afiches, fotografías (de la menor hace nueve años e imágenes computarizadas que revelarían el actual rostro de su hija). Apilados también están los recortes de periódicos colombianos, de Estados Unidos, España, incluso de Japón.

Farfán expresa que su mayor angustia constituye no saber los motivos del secuestro de su hija, porque luego del plagio solo recibió una llamada.

Ella desconoce si se encuentra en poder de alguna guerrilla, la delincuencia común o de alguna banda de trata de blancas. “En este país se puede temer todo, incluso se habla de trata de órganos humanos”, refiere.

Junto a Chacón, cuatro menores, todas mujeres, en menos de dos meses también fueron secuestradas en su barrio que se lo ha identificado como una de las zonas con mayor índice de niños secuestrados. Ninguna de ellas retornó a sus hogares.

“Aquí es normal ver siempre avisos pegados en la pared con fotos de menores perdidos”, lamenta la mujer.

Ante estas circunstancias, insiste en que el actual Gobierno debe dar paso a la ejecución del denominado Acuerdo Humanitario (la posible negociación entre los grupos armados y el Estado, para liberar a secuestrados a cambio de guerrilleros presos).
Sin embargo, ella cuestiona que este proceso excluye a las más de cinco mil víctimas del secuestro en Colombia y solo considera a menos de cien plagiados, la mayoría políticos y miembros de la fuerza pública.
“Así es como funciona todo en nuestro país, los privilegios los tienen unos cuantos pese a que los de menos recursos somos los que más sufrimos”, recrimina Florinda Farfán.
Mientras, junto a ella esperan por su hija los regalos que cada Navidad y todos los 22 de abril, día del cumpleaños de la menor, ella le ha comprado para que el día que retorne se entere que nunca la ha olvidado, si es que no ha muerto como ha ocurrido con muchas víctimas del secuestro en Colombia.